jueves, 2 de abril de 2015

AGRADECIDOS POR LA CRUZ

Jesús dijo:

"Y yo, si fuere levantado de la tierra, á todos traeré á mí mismo"  (Juan 12:32). Esta declaración hace referencia a Su muerte sobre la cruz donde, suspendido entre el cielo y la tierra, Él proveyó los medios para que Dios y el hombre fuesen reconciliados. Desde Su sufrimiento y muerte en la cruz muchos millones de personas han sido traídas a Él. ¿Cómo pudo el ser levantado sobre un cruz, sufrir tanto dolor horrible, colgado desnudo ante el mundo en profunda humillación y vergüenza atraer a alguien a Él? ¿Por qué alguien quiere estar cercas de una persona que sufrió tormentos horrorosos, y que "fue desfigurado de los hombres su parecer" ? (Is. 52:14).

Por cierto que no fue la cruz en sí. Entendemos que ésta solamente fue un árbol, cortado, formado en cruz con el propósito de clavar a los hombres en ella para dejarlos allí hasta que se murieran en su miseria. No obstante, nosotros a menudo hacemos referencia a la cruz y hablamos de ella con gran respeto y afecto. ¿Por qué? No porque sea una cruz en sí misma, sino debido específicamente a la persona que en ella sufrió y murió.

El apóstol Pablo nos da una percepción de algo tanto horrendo como maravilloso cuando él llama la sangre derramada en el Calvario la sangre de Dios, diciendo:

"Por tanto mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual ganó por su sangre"  (Hch. 20:28). Cuán terrible que el género humano haya hecho algo tan malo que solamente el derramamiento de la sangre de Dios pudo redimir a la humanidad. Sin embargo, cuán maravilloso que la sangre de Dios no solamente ha suministrado la redención de todos los que confían en ella, pero que el derramamiento de la sangre de Dios también compró la gloriosa Iglesia de Dios.

Por tanto, el mensaje de la cruz es muy querido por todos aquellos que creen. Pablo fue arrebatado por su mensaje y poder de modo que hizo varias declaraciones acerca de lo mismo:

"Porque la palabra de la cruz es locura á los que se pierden; mas á los que se salvan, es á saber, á nosotros, es potencia de Dios"

(1 Co. 1:18).

"Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,

por el cual el mundo me es crucificado á mí, y yo al mundo"

(Gá. 6:14).

Y que de este maravilloso discurso acerca del Salvador de quien Pablo se sintió inspirado a escribir,

"Y hallado en la condición como hombre, se humilló á sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le ensalzó á lo sumo, y dióle un nombre que es sobre todo nombre; Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra; Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, á la gloria de Dios Padre" (Fil. 2:9-11).

Sí, por esta causa Dios exaltó a Su Hijo, porque Él dejó Su trono en gloria, descendió a la tierra, tomó la forma del cuerpo pecaminoso del hombre y murió sobre la cruz—no para Su beneficio, sino para el nuestro. Él se desvistió de Sus túnicas de gloria y las cambió por ropas terrenales, Su corona de Rey la puso a un lado por una corona de espinas. Él dejó el lugar que no conoce la enfermedad, dolor, tristeza, ni la muerte para venir al lugar donde estas abundan. Aquel que es la misma esencia de la santidad se vistió a Sí Mismo de carne para vivir

entre los hombres viles y pecaminosos. En el cielo Él experimentó únicamente el amor perfecto, pero en la tierra Él enfrentó el odio perfecto. El más Santo vino y vivió entre el más pecaminoso. El profeta Isaías nos cuenta por qué Él hizo estas cosas,

"Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fué por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Is. 53:4-6).

La historia de la cruz se relata en las palabras de este canto maravilloso:

Lo hizo todo por mí,

Cada gota de sangre fue derramada por mí,

Cuando el Salvador clamó, inclinó Su cabeza y murió,

¡Oh, gloria al Señor, lo hizo todo por mí!

Fue el amor divino que llevó al Hijo de Dios a sufrir y morir sobre la cruz. No había otra esperanza para el género humano. Dios estaba harto de los sacrificios quemados y el sacrificio de corderos y toros, los cuales nunca pudieron vencer el pecado ni tampoco perfeccionar a nadie. Únicamente el mayor sacrificio que pudo ser hallado en el cielo o en la tierra pudo quitar la condenación que estaba sobre cada persona en la tierra. Justo cuando el hombre estaba respirando su ultimo respiro, por así decirlo, y estaba listo para caer de cabeza en la llamas del fuego eterno, de repente Jesús aparece y dice:

"…He aquí, vengo; En el envoltorio del libro está escrito de mí: El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; Y tu ley está en medio de mis entrañas" (Sal. 40:7, 8).

Sí, usted y yo éramos una gente sin esperanza y sin Dios en este mundo. Pero debido al enorme precio pagado sobre la cruz nosotros que creemos hemos sido reconciliados con Dios y tenemos vida eterna.

Aquí se encuentra otra exhortación de la obra maravillosa que Cristo hizo por nosotros en la cruz mientras Pablo explica en detalle a nuestro lindo Salvador,

"Y por él reconciliar todas las cosas á sí, pacificando por la sangre de su cruz, así lo que está en la tierra como lo que está en los cielos. A vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos de ánimo en malas obras, ahora empero os ha reconciliado En el cuerpo de su carne por medio de muerte, para haceros santos, y sin mancha, é irreprensibles delante de él: Si empero permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído; el cual es predicado á toda criatura que está debajo del cielo; del cual yo Pablo soy hecho ministro" (Col. 1:20-23).

Se nos recuerda que a través de la cruz tenemos paz, somos reconciliados con Dios, tenemos la promesa que seremos presentados santos, sin culpa e irreprensibles delante de Él si continuamos en la fe—arraigados y establecidos, no permitiendo que nada nos mueva de la esperanza del evangelio.

A medida que nos acercamos a la venida del Señor estamos observando que cada vez más los grupos de iglesias hacen compromisos. Unos que alguna vez enseñaron sana doctrina bíblica, especialmente concerniente a la santidad, han abandonado la fe y en sus medios han entrado inundaciones de herejías y pecado. Recientemente un grupo que una vez sostenía las mismas doctrinas que sostenemos en La Iglesia de Dios declaró que ya no creen que sea posible que la persona viva libre del pecado. Ellos ya no creen que podemos

ser presentados sin culpa e irreprensibles ante los ojos de Dios a pesar de la certeza de la misma Palabra de Dios.

¡Qué reproche a la cruenta cruz! ¡Qué pisoteo de la sangre de Dios! Estos han declarado que el pecado es más grande que la sangre de Cristo, que Satanás es más poderoso que el Señor. Pero la biblia todavía nos dice,

"y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1:7). Este Libro precioso que muchos han descartado o reemplazado con versiones pervertidas, todavía dice: "Y el Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará" (1 Ts. 5:23, 24). ¡Amén y amén!

Miren lo que Dios dice respecto al pecado:

"Hijitos, no os engañe ninguno: el que hace justicia, es justo, como él también es justo. El que hace pecado, es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo" (1 Juan 3:7, 8).

También considere estas palabras de nuestro Señor:

"Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, es siervo de pecado. Y el siervo no queda en casa para siempre: el hijo queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres" (Juan 8:34-36).

Jesús está hablando de la libertad del pecado y Su promesa personal para nosotros que si Él nos hace libres del pecado, seremos libres en verdad. La promesa de Dios de vencer el pecado y ponernos en libertad no es una fábula o cuento de hadas, ¡es real! ¡Y ésta viene a nosotros gratuitamente a través de la cruz de Cristo!

Tenemos que ser como Abraham, de quien leemos,

"Tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza: antes fué esforzado en fe, dando gloria á Dios, Plenamente convencido de que todo lo que había prometido, era también poderoso para hacerlo" (Ro. 4:20, 21).

Nadie de nosotros somos inmunes a caer otra vez en el pecado si intentamos vivir una vida santa a través de nuestra propia fuerza, pero nosotros que tenemos nuestra fe en la sangre de Cristo encontraremos que es suficiente para santificarnos enteramente y para preservar nuestro espíritu y alma y cuerpo sin culpa hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Ts. 5:23).

Habiéndonos salvado por la sangre de Su cruz, Dios

"…es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría" (Judas 1:24).

Además, se nos dice

"Mas él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste á los soberbios, y da gracia á los humildes. Someteos pues á Dios; resistid al diablo, y de vosotros huirá" (Stg. 4:6, 7).

Tal es el amor que viene de la cruz de nuestro Señor. Cuando enfrentamos fuerte tentación, Dios da mayor gracia. Cuando enfrentamos grandes pruebas de nuestra fe, Dios envía más gracia para sustentarnos. Si le servimos con humildad, confesando nuestra constante dependencia en Él, Él dará gracia para guardarnos en la victoria día tras día. Sí, a través de Cristo podemos vivir sin pecado, y por cierto que así tenemos que vivir. Él pagó por completo el precio sobre la cruz para que fuese posible.

En los Estados Unidos de Norte América, este es el mes cuando nosotros celebramos el Día de Acción de Gracia. Este día especial es para agradecer a Dios por Sus bendiciones abundantes. Al pensar en todo lo que Él ha hecho por nosotros no podemos dejar de estar agradecidos por la cruz, mediante la cual todas las bendiciones y los beneficios de Dios fluyen.

Stephen E. Smith,

Supervisor General

- La Iglesia de Dios