Jesús dijo:
"Y yo, si fuere levantado de
la tierra, á todos traeré á mí mismo" (Juan 12:32). Esta declaración
hace referencia a Su muerte sobre la cruz donde, suspendido entre el
cielo y la tierra, Él proveyó los medios para que Dios y el hombre
fuesen reconciliados. Desde Su sufrimiento y muerte en la cruz muchos
millones de personas han sido traídas a Él. ¿Cómo pudo el ser levantado
sobre un cruz, sufrir tanto dolor horrible, colgado desnudo ante el
mundo en profunda humillación y vergüenza atraer a alguien a Él? ¿Por
qué alguien quiere estar cercas de una persona que sufrió tormentos
horrorosos, y que "fue desfigurado de los hombres su parecer" ? (Is.
52:14).
Por cierto que no fue la cruz en sí. Entendemos que ésta
solamente fue un árbol, cortado, formado en cruz con el propósito de
clavar a los hombres en ella para dejarlos allí hasta que se murieran en
su miseria. No obstante, nosotros a menudo hacemos referencia a la cruz
y hablamos de ella con gran respeto y afecto. ¿Por qué? No porque sea
una cruz en sí misma, sino debido específicamente a la persona que en
ella sufrió y murió.
El apóstol Pablo nos da una percepción de
algo tanto horrendo como maravilloso cuando él llama la sangre derramada
en el Calvario la sangre de Dios, diciendo:
"Por tanto mirad por
vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por
obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual ganó por su
sangre" (Hch. 20:28). Cuán terrible que el género humano haya hecho
algo tan malo que solamente el derramamiento de la sangre de Dios pudo
redimir a la humanidad. Sin embargo, cuán maravilloso que la sangre de
Dios no solamente ha suministrado la redención de todos los que confían
en ella, pero que el derramamiento de la sangre de Dios también compró
la gloriosa Iglesia de Dios.
Por tanto, el mensaje de la cruz es
muy querido por todos aquellos que creen. Pablo fue arrebatado por su
mensaje y poder de modo que hizo varias declaraciones acerca de lo
mismo:
"Porque la palabra de la cruz es locura á los que se
pierden; mas á los que se salvan, es á saber, á nosotros, es potencia de
Dios"
(1 Co. 1:18).
"Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por el cual el mundo me es crucificado á mí, y yo al mundo"
(Gá. 6:14).
Y que de este maravilloso discurso acerca del Salvador de quien Pablo se sintió inspirado a escribir,
"Y
hallado en la condición como hombre, se humilló á sí mismo, hecho
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le
ensalzó á lo sumo, y dióle un nombre que es sobre todo nombre; Para que
en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra; Y
toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, á la gloria de Dios
Padre" (Fil. 2:9-11).
Sí, por esta causa Dios exaltó a Su Hijo,
porque Él dejó Su trono en gloria, descendió a la tierra, tomó la forma
del cuerpo pecaminoso del hombre y murió sobre la cruz—no para Su
beneficio, sino para el nuestro. Él se desvistió de Sus túnicas de
gloria y las cambió por ropas terrenales, Su corona de Rey la puso a un
lado por una corona de espinas. Él dejó el lugar que no conoce la
enfermedad, dolor, tristeza, ni la muerte para venir al lugar donde
estas abundan. Aquel que es la misma esencia de la santidad se vistió a
Sí Mismo de carne para vivir
entre los hombres viles y
pecaminosos. En el cielo Él experimentó únicamente el amor perfecto,
pero en la tierra Él enfrentó el odio perfecto. El más Santo vino y
vivió entre el más pecaminoso. El profeta Isaías nos cuenta por qué Él
hizo estas cosas,
"Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y
sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido
de Dios y abatido. Mas él herido fué por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga
fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,
cada cual se apartó por su camino: mas Jehová cargó en él el pecado de
todos nosotros" (Is. 53:4-6).
La historia de la cruz se relata en las palabras de este canto maravilloso:
Lo hizo todo por mí,
Cada gota de sangre fue derramada por mí,
Cuando el Salvador clamó, inclinó Su cabeza y murió,
¡Oh, gloria al Señor, lo hizo todo por mí!
Fue
el amor divino que llevó al Hijo de Dios a sufrir y morir sobre la
cruz. No había otra esperanza para el género humano. Dios estaba harto
de los sacrificios quemados y el sacrificio de corderos y toros, los
cuales nunca pudieron vencer el pecado ni tampoco perfeccionar a nadie.
Únicamente el mayor sacrificio que pudo ser hallado en el cielo o en la
tierra pudo quitar la condenación que estaba sobre cada persona en la
tierra. Justo cuando el hombre estaba respirando su ultimo respiro, por
así decirlo, y estaba listo para caer de cabeza en la llamas del fuego
eterno, de repente Jesús aparece y dice:
"…He aquí, vengo; En el
envoltorio del libro está escrito de mí: El hacer tu voluntad, Dios mío,
hame agradado; Y tu ley está en medio de mis entrañas" (Sal. 40:7, 8).
Sí,
usted y yo éramos una gente sin esperanza y sin Dios en este mundo.
Pero debido al enorme precio pagado sobre la cruz nosotros que creemos
hemos sido reconciliados con Dios y tenemos vida eterna.
Aquí se
encuentra otra exhortación de la obra maravillosa que Cristo hizo por
nosotros en la cruz mientras Pablo explica en detalle a nuestro lindo
Salvador,
"Y por él reconciliar todas las cosas á sí, pacificando
por la sangre de su cruz, así lo que está en la tierra como lo que está
en los cielos. A vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y
enemigos de ánimo en malas obras, ahora empero os ha reconciliado En el
cuerpo de su carne por medio de muerte, para haceros santos, y sin
mancha, é irreprensibles delante de él: Si empero permanecéis fundados y
firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis
oído; el cual es predicado á toda criatura que está debajo del cielo;
del cual yo Pablo soy hecho ministro" (Col. 1:20-23).
Se nos
recuerda que a través de la cruz tenemos paz, somos reconciliados con
Dios, tenemos la promesa que seremos presentados santos, sin culpa e
irreprensibles delante de Él si continuamos en la fe—arraigados y
establecidos, no permitiendo que nada nos mueva de la esperanza del
evangelio.
A medida que nos acercamos a la venida del Señor
estamos observando que cada vez más los grupos de iglesias hacen
compromisos. Unos que alguna vez enseñaron sana doctrina bíblica,
especialmente concerniente a la santidad, han abandonado la fe y en sus
medios han entrado inundaciones de herejías y pecado. Recientemente un
grupo que una vez sostenía las mismas doctrinas que sostenemos en La
Iglesia de Dios declaró que ya no creen que sea posible que la persona
viva libre del pecado. Ellos ya no creen que podemos
ser presentados sin culpa e irreprensibles ante los ojos de Dios a pesar de la certeza de la misma Palabra de Dios.
¡Qué
reproche a la cruenta cruz! ¡Qué pisoteo de la sangre de Dios! Estos
han declarado que el pecado es más grande que la sangre de Cristo, que
Satanás es más poderoso que el Señor. Pero la biblia todavía nos dice,
"y
la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Juan
1:7). Este Libro precioso que muchos han descartado o reemplazado con
versiones pervertidas, todavía dice: "Y el Dios de paz os santifique en
todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin
reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os
ha llamado; el cual también lo hará" (1 Ts. 5:23, 24). ¡Amén y amén!
Miren lo que Dios dice respecto al pecado:
"Hijitos,
no os engañe ninguno: el que hace justicia, es justo, como él también
es justo. El que hace pecado, es del diablo; porque el diablo peca desde
el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las
obras del diablo" (1 Juan 3:7, 8).
También considere estas palabras de nuestro Señor:
"Jesús
les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace
pecado, es siervo de pecado. Y el siervo no queda en casa para siempre:
el hijo queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis
verdaderamente libres" (Juan 8:34-36).
Jesús está hablando de la
libertad del pecado y Su promesa personal para nosotros que si Él nos
hace libres del pecado, seremos libres en verdad. La promesa de Dios de
vencer el pecado y ponernos en libertad no es una fábula o cuento de
hadas, ¡es real! ¡Y ésta viene a nosotros gratuitamente a través de la
cruz de Cristo!
Tenemos que ser como Abraham, de quien leemos,
"Tampoco
en la promesa de Dios dudó con desconfianza: antes fué esforzado en fe,
dando gloria á Dios, Plenamente convencido de que todo lo que había
prometido, era también poderoso para hacerlo" (Ro. 4:20, 21).
Nadie
de nosotros somos inmunes a caer otra vez en el pecado si intentamos
vivir una vida santa a través de nuestra propia fuerza, pero nosotros
que tenemos nuestra fe en la sangre de Cristo encontraremos que es
suficiente para santificarnos enteramente y para preservar nuestro
espíritu y alma y cuerpo sin culpa hasta la venida de nuestro Señor
Jesucristo (1 Ts. 5:23).
Habiéndonos salvado por la sangre de Su cruz, Dios
"…es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría" (Judas 1:24).
Además, se nos dice
"Mas
él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste á los soberbios, y da
gracia á los humildes. Someteos pues á Dios; resistid al diablo, y de
vosotros huirá" (Stg. 4:6, 7).
Tal es el amor que viene de la
cruz de nuestro Señor. Cuando enfrentamos fuerte tentación, Dios da
mayor gracia. Cuando enfrentamos grandes pruebas de nuestra fe, Dios
envía más gracia para sustentarnos. Si le servimos con humildad,
confesando nuestra constante dependencia en Él, Él dará gracia para
guardarnos en la victoria día tras día. Sí, a través de Cristo podemos
vivir sin pecado, y por cierto que así tenemos que vivir. Él pagó por
completo el precio sobre la cruz para que fuese posible.
En los
Estados Unidos de Norte América, este es el mes cuando nosotros
celebramos el Día de Acción de Gracia. Este día especial es para
agradecer a Dios por Sus bendiciones abundantes. Al pensar en todo lo
que Él ha hecho por nosotros no podemos dejar de estar agradecidos por
la cruz, mediante la cual todas las bendiciones y los beneficios de Dios
fluyen.
Stephen E. Smith,
Supervisor General
- La Iglesia de Dios
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