La Fe Personal Y Las Pautas De La
Asamblea General
La fe personal se aplica a lo que
un individuo cree, observa o práctica
en sus relaciones con Dios, y que no necesariamente se aplica a alguna otra persona. Tal fe
es además una que no viola o contradice
algún principio (norma) de las Santas Escrituras. Esta es estrictamente entre la persona y Dios, y no
tiene el fin de ser impuesta sobre los demás, ni deberá ser usada como una
norma para el juicio contra nuestro prójimo.
El Capitulo 14 de Romanos es bien explícito y claro sobre este asunto; sin embargo, aunque
la Asamblea General repetidamente no ha visto que sea apropiado hacer una pauta
sobre algunas de estas cosas, aun después de buscar ardientemente la dirección
divina, éstas tienen la tendencia de aflorar (surgir, emerger).
La Iglesia de Dios es guiada por el hecho de que la Biblia, la Palabra
inspirada de Dios, se aplica universalmente a todas las razas, y no fue dada para favorecer o acomodar a una persona o grupo particular por sobre todos los demás. Con todo, de
tiempo en tiempo, vemos que hay personas y algunos grupos de individuos que continúan intentando
compartir una fe personal, tratando de imponerla sobre todos los demás. Tales
intentos a menudo son tan intensos, que las personas sometidas a tal presión se
sienten intimidadas o condenadas hasta
el extremo de sentirse miserables y confundidas.
La fe personal puede ser algo que el individuo necesite a fin de tener
unas relaciones felices con Dios, pero esto sería muy diferente en otras personas. Lo que
uno come y bebe, con la excepción de las bebidas intoxicantes y la glotonería, es estrictamente
una libertad personal que Dios no condena y nadie tiene el derecho de negársela
a tal individuo.
Usualmente, pero no siempre, es el miembro débil quien más es afectado al ser
condenado por su fe personal o intimidado
por
alguien que intenta imponer su propia fe personal sobre él. Dios da una mirada
muy severa (mortecina) a tal acción, y la contrarresta con las siguientes palabras
de Pablo: "Así que, no juzguemos mas los unos de los otros: antes bien juzgad de
no poner tropiezo ó escándalo al hermano" (Ro. 14:13).
Cuando la fe personal es promovida con la idea de aplicarla a todos por igual, los
problemas comienzan a emerger en la Iglesia. Siendo que tal fe no es promovida
por la Asamblea General, viene a ser una de tómela o déjela
de parte de la membresía general, y el diablo tiene una oportunidad
fértil para causar divisiones, formando grupos a "favor" y en "contra". Estas
diferencias causan pérdida de armonía en el Cuerpo. Estamos demasiado lejos en nuestra trayectoria y demasiado cerca del fin para
permitir que esto impida el proceso de la perfección. Tenemos que estar preparados
para bregar con esas situaciones cuando se salen fuera de la esfera personal, convirtiéndose
en una espina de
contención en la Iglesia. Ellas destruyen la unidad entre los santos, y por
supuesto que podemos presentar cargos contra las personas envueltas por sembrar
discordias.
¿Cuál es la respuesta para la cuestión de promover una fe personal? Pablo nos dice con claridad
en tal respecto lo siguiente en
Romanos 14:22: "¿Tienes tú fe? Tenla
para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo con lo que aprueba”.
Si usted tiene alguna convicción personal en relación a la doctrina, práctica o gobierno de la
Iglesia, sobre la cual la Asamblea General no ha hecho ninguna recomendación, o que es un asunto que no tiene relación con
la membresía mundialmente, guárdelo para sí mismo por amor a la unidad del Cuerpo.
Si es un asunto de suficiente importancia para ser presentado ante la Asamblea, de seguro que el Espíritu
Santo impulsará a alguien más para que lo presente
para la consideración general de toda la Iglesia.
La desunidad nunca ha resuelto nada, y por supuesto que tampoco nos
conducirá más cerca de la perfección. El ver ojo a ojo y hablar una misma cosa es muy
necesario.
Mantengamos nuestra fe personal para sí mismos, y veremos cuán rápido el
Espíritu Santo puede llevarnos a la unidad global, la cual es tan vital para
nuestra preparación para esa eventualidad por tanto tiempo esperada—el Rapto.
La Iglesia de Dios no tiene el propósito de prescribir un código (norma) sobre el estilo del
vestuario para todo el mundo, excepto el ya prescrito en los Consejos a los
Miembros sobre el vestir. Tampoco prescribe un estilo de vida diferente al ya requerido—el de
una forma de vida pura, santa y consagrada. Eso puede hacerse y es hecho a través de todo el mundo
sin importar las
diversidades culturales.
En lugar de imponer la fe personal sobre otros, sería mejor luchar por
la perfección de tal consagración a Dios y hacer lo que Pablo instruyó en Romanos 14: 19, si en realidad es una convicción personal: "Así que, sigamos lo que hace a la paz, y a la edificación de los unos a los otros”. Es evidente que Pablo nos está diciendo que es mejor edificarnos los unos a
los otros que el gratificar
nuestra fe personal al precio de los demás, quienes tal vez no la entiendan
ni la abracen. El resultado sería una mayor unidad, una mayor armonía y un amor más grande en el Cuerpo de
Cristo.
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