(Extractos
del Mensaje de Asamblea durante el Programa de Lenguajes Mundiales, 1989) Por
Félix García
“Y
llamarles han Pueblo Santo, redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad
Buscada, no desamparada” (Is. 62:12).
El uso
de joyas, el maquillaje, la ropa indecente – nunca deben de estar en la Iglesia
de Dios. Mire, no estoy obsesionado con este asunto. No voy a insistir sobre
este tema porque creo que el Espíritu Santo puede hablar a nuestro corazón y –
¡Aleluya! – ¡traernos convicción! ¡Gloria a Dios! El problema no es con el
asunto, el problema es con nosotros, la gente. No estoy predicando algo nuevo.
¡No lo estoy! Esto fue practicado por la Iglesia primitiva, por el comienzo de
la misma Iglesia en que somos miembros hoy, de este lado de la Edad Oscura. No
estoy predicando que hay un espíritu, una influencia que hoy trabaja en el
mundo tratando de desviarnos, tratando de descarriarnos.
Algunas
personas dicen que este tema es innecesario, que las joyas y el adorno exterior
no tienen nada que ver con el interior. Bueno, tengo noticias para usted. Esto
tiene que ver con el interior. Porque lo que está dentro de usted se verá
reflejado en el exterior. Aleluya. Sí, están aquellos que quieren que la
Iglesia haga concesiones con respecto a estos asuntos importantes. Aunque es
evidente, la Iglesia debe declarar alto y claro que la conformidad con el mundo
no va a ayudar a la Iglesia. No mejorará la Iglesia. Al contrario, hace daño a
la Iglesia. Nunca, nunca debemos ceder a esta presión. Si existen tales
extremos, seamos la Iglesia que elija el extremo de la santidad. El extremo de
la ultra conciencia. El extremo de ser escrupulosa. El extremo de ser limpia.
¡Esa es la mejor opción para nosotros! Me gustaría que dijeran “amén”. ¡Esta es
la mejor opción para nosotros! Sé que esta postura podría provocar críticas por
parte del flanco liberal. Pero también estoy seguro que esto es más agradable a
Dios. Creo que Él desea esto mucho más. Yo prefiero ser criticado debido a mis
extremos en la santidad. Creo que preferiría ser criticado porque estoy
agradando a Dios.
Sin duda
hay que entender que la Iglesia y el mundo deben ser diferentes. No debemos, y
no se debe, ni siquiera parecerse entre sí. Sin embargo, la gente hoy en día
está poniendo a prueba la tolerancia y la paciencia de Dios. Hoy estamos viendo
cosas en la Iglesia que en tiempos pasados nos avergonzaría a todos nosotros –
desafiando a la Iglesia y sus enseñanzas de la Biblia, sin considerar el
Consejo a los Miembros, disputando abiertamente el sabio consejo de la multitud
de consejeros. Yo les digo, este espíritu se ha infiltrado en la Iglesia y me
preocupa. Pero hay que admitir que no comenzó ayer. Es porque hemos descuidado
nuestra responsabilidad de predicar la Palabra y la predicación con autoridad y
con vigor. La Biblia dice en Tito 2:1, “Empero tú, habla lo que conviene a
la sana doctrina”. Seamos sinceros, algunos han preferido tomar el camino
de menor resistencia. No haga las cosas más confusas. No haga enojar a la
gente. Vamos a dejar que las cosas encuentren su propio curso, se van a
enderezar por sí mismos. ¡No! ¡No debemos asumir que las almas y especialmente
nuestros jóvenes y nuestros nuevos convertidos son capaces de guiarse a sí
mismos! ¡No! No, ellos no son capaces. Es como nuestros niños. Usted tiene que
mantener la presión sobre los niños y enseñarles lo que está bien y lo que está
mal. Y aun si ellos están grandes, usted todavía tiene que aconsejarlos,
amonestarlos.
Estoy aquí para decirles que el Espíritu
de Dios, aleluya, el poder santificador de Jesús puede erradicar los deseos del
mundo ¡en un solo instante! Solo aplique la sangre de Jesús a sus deseos
mundanos y sus hábitos y deje fluir la sangre preciosa del Cordero de Dios –
¡aleluya! – ¡deje que la sangre lo santifique por completo! ¡Aleluya! ¡Y usted
no tendrá ningún problema! ¡Aleluya! Usted no tendrá ninguna dificultad de
despedir al mundo de su vida debido a que usted no lo ha hecho – quien lo ha
hecho ha sido el Señor.
Algunos
de nosotros pensamos, “Oiga, vamos a hacerlo poco a poco”. Pero Dios tiene una
diferente opinión de eso.
Deje que
le cuente una historia que sucedió en mi vida. Yo era Secretario de Campo y fui
a Brasil. Llevé a cabo un seminario de ministros y les estaba enseñando acerca
de la Iglesia. El Supervisor dijo, “Obispo García, hay una cosa. Las gentes de
aquí todos usan joyas. Todos. Tienen anillos en cada mano. Y simplemente no se
puede erradicar porque es parte de nuestra cultura en este país. Es un insulto
para nuestro esposo quitar su anillo matrimonial o una esposa quitar su anillo
matrimonial”. Y él dijo, “Pero señor, no se preocupe por eso – les voy a
enseñar poco a poquito. Solo deme tiempo”. Estoy de visita aquí así que dije
“está bien”. Fuimos a todas las Iglesias y su estructura y sus enseñanzas y su
gobierno – todo. Durante todo el día, ellos manifestaban acerca de cómo el
Espíritu Santo se movió en estas maravillosas Asambleas Generales. Y entonces,
usted sabe, llegamos al final de la misma. Yo dije, “Bueno, esta es la última
sesión. Mañana tendremos una buena reunión. Vamos a clamar y alabar a Dios.
¿Tienen alguna pregunta?” Había una pareja de jóvenes sentados en la fila de
enfrente. La muchacha levantó su mano. Ella dijo, “Estoy comprometida para
casarme y nos vamos a casar aquí pronto. Leí las 29 enseñanzas [tratado] y dice
no joyas”. Yo miré al Supervisor. Él me miró y le dije, “¿Qué hago?” Él dijo,
“Hable acerca de eso”. Entonces comencé a hablar. ¿Sabe lo que pasó? Esas personas
eran inflexibles. Casi desagradables. Es decir, ellos 100% defendieron sus
joyas. Estaban dispuestos a morir antes que cumplir. Finalmente, dije, “¡No se
hable más!” Supongo que el mexicano dentro de mí brotó. Entonces dije,
“Levántense”. Y los despedí a ellos. Y caminamos hasta el hotel. El Supervisor
y yo estábamos caminando y yo nunca dije una palabra. Ninguno de los dos dijo
una palabra. Y yo estaba llorando y estaba muy decepcionado. No gané la
discusión. ¿Puede creer eso? Yo no podía. Ellos me hablaron y me interrumpieron
y ellos gritaron. Esto fue horrible. Cuando llegué a mi cuarto solo me recosté
sobre la cama y dije, “Dios, ¿Por qué me trajiste aquí para avergonzarme? ¿Por
qué no pudiste ayudarme? ¿Por qué no pudo tu Espíritu hacer algo y abrir sus
mentes y entendimiento para aceptar Tu Palabra? Esta es una enseñanza bíblica.”
Y lloré y lloré y caí dormido. En la mañana cuando abrí mis ojos yo todavía
estaba completamente vestido y recostado sobre la cama, pero había un gozo en
mí. Algo sucedió. El Espíritu Santo ministró mi alma. Y me levanté, tomé un
baño, me rasuré, y estaba listo para ir a la última sesión. Cuando estaba listo
para ir a la última sesión en este seminario, cuando llegamos caminando a este
pequeño edificio que habíamos rentado. Cuando entramos, había personas orando.
El Supervisor y yo fuimos a la plataforma y nos arrodillamos y oramos. Llegamos
a la oración – ahora escuche, estas personas no creían en aplaudir en la
Iglesia. Ellos no creían en gritar. Y hablar en lenguas en voz alta era
inaceptable. Ellos no creían, y ante todo, tenían problemas con el asunto de
las joyas. Cuando entramos solo nos arrodillamos en la plataforma y empezamos a
orar y el Espíritu Santo descendió y hubo una lluvia de bendiciones. Oh, era
precioso. Había una mujer… Fue la última que tenía una palabra que decir en esa
sesión la noche anterior. Ella dijo, “Hermano García, estoy de acuerdo con
usted. No deberíamos usar oro. ¡Pero las mías son de plata!” Y eso me exasperó
más. Ella fue la última que llegó esa mañana. Cuando ella entró en la Iglesia
estábamos orando y el Señor ya había bautizado a dos hombres con el Espíritu
Santo y ellos estaban gritando y palmeando sus manos. Ahora estoy hablando de
la oración de apertura de la mañana. Y así, cuando ella entró había caminado
medio camino, y alzó la vista y gritó a todo pulmón y se desmayó y de repente
cayó al suelo. Entonces la reanimaron y la sacudieron y le dieron unas palmadas
y todo eso y finalmente volvió otra vez a sus sentidos. Trató de pararse y entonces
se desmayó otra vez. Cuando recuperó el sentido, dijo, “El Señor está en esta
casa”. Dijo, “¡Acabo de ver a tres ángeles en esa plataforma – ellos estaban
clamando, estaban aplaudiendo sus manos, y estaban danzando en el Espíritu – y
no tenían ningún anillo!” Esa mañana el Señor descendió en esa casa y
aproximadamente seis recibieron el bautismo con el Espíritu Santo y danzaron y
gritaron en todo el lugar. ¡Pero lo más hermoso fue que todo el mundo se
quitó sus anillos y con lo que obtuvimos de las joyas [al venderla] se
construyó la primera iglesia en Brasil!
Ahora,
lo que estoy tratando de decir es que pensamos que debemos de tomar nuestro
tiempo. Creemos que sabemos más que Dios cómo resolver un problema. “Dame
tiempo. Voy a hacerles entender este asunto”. Bueno, Dios no lo necesita. En
cierto sentido, Él no necesita de usted y de mí. Lo que necesita es que
nosotros le permitamos al Espíritu Santo que obre, que permitamos que Dios
toque las vidas.
No hace mucho tiempo estaba en un servicio
y había un muchacho mexicano, alto y grande. El arremangó sus mangas hasta aquí
y tenía tatuajes en todos los brazos. Un muchacho que se veía malo. Su madre le
había llevado a la Iglesia. Nadie podía tratar con él. Él estaba perdido, en
todo tipo de drogas. Nada volvería a cambiar su vida. Y ellos dijeron, “Mire,
solo hable bien con él porque es temperamental”. Y yo no estoy tan grande
tampoco. Así que, me preguntaba “¿Qué voy a hacer?” Así que después de la
predicación, fui a donde estaba sentado, hasta atrás, y ese muchacho no era tan
duro. Grandes lágrimas corrían por su cara. Dios había tocado su vida, y le
dije, “Mira, no corras más de Dios”. Él dijo, “Señor, no hay nada que vaya a
cambiar mi vida. Soy tan malo, estoy tan lejos, estoy tan perdido. Mire mis
brazos. No puedo hacer nada por mí mismo”. Y yo le dije, “No hagas nada por ti
mismo. Sígueme – vamos”. Lo agarré por el brazo y sentí sus grandes músculos
flexibles. Él se paró, él es más alto que yo – y se dirigió al altar y el
Espíritu Santo lo tomó y cambió su vida al instante. De esto es lo que estoy
hablando. Es decir, el mismo poder de Dios que cambia a un pecador como él y
cambió a unos pecadores como nosotros, aleluya, ¡puede cambiar la actitud de
todo el mundo! ¡Aleluya! Ese poder santificador de Jesús, gloria sea a Dios,
¡la sangre no ha perdido su poder! ¡La sangre no ha perdido su poder!