Oscar
Pimentel, Supervisor General de La Iglesia de Dios
Yo
estaba en el país de Guinea Ecuatorial hace unas semanas cuando estaba leyendo
en 2 de Samuel. Fue durante este tiempo de lectura y meditación que este verso
de la Escritura captó mi atención: “Y tenía ella sobre sí una ropa de
colores, traje que las hijas vírgenes de los reyes vestían. Echóla pues fuera
su criado, y cerró la puerta tras ella” (2 Samuel 13:18). Mientras meditaba
en estas palabras, fui bendecido con diferentes pensamientos que vinieron a mi
mente. Cuando llegué a casa, mientras mi familia y yo viajamos a nuestra
ciudad, compartí con ellos los pensamientos surgidos por este pasaje de la
Escritura. Les dije que yo había leído algo en la Biblia que hablaba de un rey
quien gobernaba sobre un reino. En su reino había muchos súbditos, soldados, y
nobles. En ese reino vivían niños, madres, y padres; gente de todas las
edades–niños, adolescentes, y adultos. Los propios hijos del rey, sus hijos e
hijas, estaban allí y según la Biblia ellos llevaban unas vestiduras especiales
y túnicas que eran bellamente adornadas indicando que ellos eran los hijos del
rey. Había algo aún más interesante que solo ser reconocido como el hijo del
rey. Por esas vestiduras y colores que adornaban las túnicas, ¡ellos también
eran identificados como puros!
Animé a
mi familia y les recordé que también somos hijos del Rey– ¡del Rey de reyes y
Señor de señores, Jesucristo! Como tal, Él tiene ropaje real y vestiduras de
salvación que nos adornan con gracia, misericordia, rectitud, juicio, virtud y
justicia. Tales son las túnicas y vestiduras que hacen hermosos a los hijos del
Rey en este reino terrenal, y por estos ellos son conocidos entre las naciones.
“Y
vosotros seréis llamados sacerdotes de Jehová, ministros del Dios nuestro…y la
simiente de ellos será conocida entre las gentes, y sus renuevos en medio de
los pueblos; todos los que los vieren, los conocerán, que son simiente bendita
de Jehová. En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios;
porque me vistió de vestidos de salud, rodeóme de manto de justicia, como á
novio me atavió, y como á novia compuesta de sus joyas. Porque como la tierra
produce su renuevo, y como el huerto hace brotar su simiente, así el Señor
Jehová hará brotar justicia y alabanza delante de todas las gentes” (Is.
61:6, 9-11).
Isaías
habla de un sacerdocio de Dios. En el Nuevo Testamento encontramos los escritos
del Apóstol Pedro, “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio,
gente santa, pueblo adquirido, para que anunciéis las virtudes de aquel que os
ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). ¿Cuál es
este real sacerdocio del cual él habla sino La Iglesia de Dios? Todo miembro
con pacto de La iglesia de Dios es un sacerdote para Dios y ¡todos nosotros
juntos hacemos un real y santo sacerdocio bajo la autoridad de Cristo, el cual
es nuestro Sumo Pontífice! Piense en el honor y nobleza que Dios nos ha
otorgado cuando vemos en el Antiguo Testamento que Él se refiere a Israel como
“un reino de sacerdotes” (Ex. 19:6), también Él se refiere a la Iglesia
como “un real sacerdocio” (1 Pedro 2:9). ¡Oh, qué privilegio ser
llamado ministros de Dios! También, ¡qué responsabilidad para manifestar las
virtudes de Dios y vivir dignamente de esa vocación!
Isaías
continúa hablando acerca de la “simiente” y “renuevos” de estas
personas con pacto las cuales serán conocidas entre los Gentiles, y que ellos
serán conocidos como aquellos que son bendecidos por el Señor. “Renuevo” es
sinónimo de “vástago”, lo que se defina como: hijos de un padre
en particular; descendiente, el producto o resultado de algo. Gálatas
3:26 habla de nosotros siendo “hijos de Dios por fe en Cristo Jesús”.
¿Cómo son identificados los “sacerdotes” y los “ministros” de
Dios? ¿Cómo Su “semilla” y “renuevos” son identificados? ¿Cómo
esta “nación santa” es identificada? ¿No es de una manera similar a la
de los hijos del rey en 2 Samuel 13? Isaías dice algo en el versículo 10 que yo
creo ayuda a contestar las preguntas formuladas. Él habla del ser vestidos de
Dios con vestiduras de salvación y con el manto de justicia. Entonces lo que
significa es que el real sacerdocio de Dios, Sus hijos, Su linaje, ¡serán
identificados como la simiente del Rey en este mundo presente, en cada nación,
por Su espíritu de justicia y por el atavío de salvación con lo cual ellos
están vestidos!
¡El
resplandor y brillo de diamantes finos, perlas, piedras preciosas, plata y oro
purificado de este mundo no se comparan a la honorable belleza de las obras
internas que un Dios redentor obra en un corazón y vida regenerada y
santificada! Esta obra interna no se limita al interior de alguien que está
caminando con Dios y ha estado en la presencia de Dios, sino se manifiesta al
exterior y es evidente en cada aspecto de su vida.
Pablo
escribe a Timoteo y exhorta tanto a hombres a mujeres que deben estar
preocupados por los adornos bíblicos de la piedad, honestidad, amor, gozo, paz,
tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza y justicia–las
cuales podrán obtener a través de Cristo.
Puede
que un hombre realice sus sueños de toda la vida, tenga el mejor trabajo y gane
mucho dinero. Podría comprar las corbatas más hermosas, zapatos limpios, trajes
muy caros, hacer ostentación de cosas excepcionales y conducir el carro más
lujoso en el pueblo; pero si el pecado mancha su vida, si hay sangre en sus
manos, si la ira y el orgullo se encuentran en sus corazones; “¿de qué
aprovecha al hombre, si granjeare todo el mundo, y perdiere su alma? O ¿qué
recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:26). ¿Qué hace a un hombre
hallar “gracia y buena opinión en los ojos de Dios y de los hombres”
(Proverbios 3:4)? ¡La Biblia dice que esto es vivir santo y justo! Antes de que
Pablo se dirigió a las mujeres acerca de su adorno, primero escribió a los
hombres diciendo, “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar,
levantando manos limpias, sin ira ni contienda” (1Timoteo
2:8). Oh, ¡que haya más hombres de oración! ¡Padres que oren! ¡Esposos que
oren! ¡Hijos que oren! ¿Ha visto usted un hombre tan precioso como él que se
arrodille ante la presencia del Dios Todopoderoso, a quien Dios moldea y forma
a Su imagen y semejanza? ¡Tal hombre se levanta y ya no es de mal genio y de
poca paciencia! ¡Él se pone de pie habiendo sido transformado y deja de ser
rudo y duro, y ahora es suave al hablar y sensible a las necesidades de su
esposa e hijos! ¡Puede que él no sea el hombre que el mundo quiere ver, pero sí
es el hombre que Dios ha llamado a ser! Puede que no tenga mucho, pero él tiene
a Dios— ¡por lo que tiene TODO!
Cuando Moisés bajó del monte después de
pasar muchos días con Dios, la Biblia dice que “la tez de su rostro
resplandecía” (Ex.34:29). Encontramos en la Escritura la descripción del
rostro de otro hombre de Dios como el mundo lo miró. La cara de Esteban fue
descrita como “el rostro de un ángel” (Hechos 6:15). ¡Ellos no
necesitaron embellecimiento, joyas, adornos o decoración! No necesitaron
mejoras hechas por los hombres ¡porque la existencia de Dios en sus vidas
adornó sus rostros y hermoseó su apariencia!
En la
sociedad de hoy en día, las joyas–collares, brazaletes, anillos, aretes,
etc.—no están limitados solamente a las mujeres, esto es también común entre
los hombres. La gente de hoy en día se viste con todo tipo de cosas costosas.
Mientras que ellos se preocupan por el adorno externo o de afuera, ellos han
olvidado acerca de lo cual es más importante y de estima en los ojos de nuestro
Creador.
En los
ojos de Dios, un hombre de manos limpias y de un corazón puro, que no ha
elevado su alma a la vanidad, ni ha jurado con engaño, ¡es una cosa hermosa! (Vea
Salmos 24:3-5). Un hombre de conversación honesta, lleno de buenas obras y fe,
sometido a los que tienen autoridad, quien teme a Dios, dispuesto a soportar el
dolor y sufrir injusticias con toda paciencia, y que no ha pecado, es uno que
ha dado mayor consideración al adorno permanente que adorna al hombre interior.
(Vea 1 Pedro 2:12-23).
“Asimismo
también las mujeres, ataviándose…no con cabellos encrespados, u oro, o
perlas, o vestidos costosos, sino de buenas obras, como conviene a mujeres que
profesan piedad” (1 Ti. 2:9,10). “El adorno de las cuales no
sea exterior con encrespamiento del cabello, y atavío de oro, ni en
compostura de ropas; sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible
ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima
delante de Dios” (1 Pedro 3:3,4). En estas Escrituras, el tema principal es
el adorno. Leemos que ambos Pablo y Pedro advierten a los santos de Dios en
contra de adornarse ellos mismos y ponerse oro como adorno. Puede que le
resulte difícil creerlo, pero una de las principales razones que las personas
se ponen oro, perlas y vestidos costosos es para adornarse. Lo que es atractivo
y encantador, y aun necesario para el mundo, no lo es para Dios. Dios no tiene
interés en toda la fantasía, decoraciones externas de este mundo con las cuales
el hombre y la mujer se ponen a sí mismo. Entonces, ¿qué cosa le complace? Aquí
está la respuesta: “Porque Jehová toma contentamiento con su pueblo:
hermoseará a los humildes con salud” (Salmos 149:4).
La Biblia
da prioridad al “adorno de gracia…a tu cabeza” (Pr. 1:9). Esto da
énfasis al “adorno de gracia dará a tu cabeza” (Pr. 4:9). Esto habla de
ser coronado “de favores y misericordias” (Salmos 103:4), y que “hay
oro y multitud de piedras preciosas: mas los labios sabios son vaso precioso”
(Pr. 20:15). ¿Está usted de acuerdo que Dios conoce el verdadero valor de las
cosas? Entonces ¿acaso deberíamos aceptar sin cuestión Su consejo de que no nos
debemos adornar con “cosas corruptibles, como oro o plata” (1 Pedro
1:18), y que pongamos el adorno altamente recomendado, incorruptible y
aceptable—un espíritu manso y tranquilo— los cuales son de gran precio en los
ojos de Dios?
Este
mensaje no pretende promover el aborrecimiento por el oro, plata o las piedras
preciosas. En sí, estas materiales no son pecaminosas. Al contrario son
materiales que Dios Mismo puso en esta tierra y que tienen un propósito. Sin
embargo, el orgullo, codicia y uso vano de estas cosas por la humanidad sí es
el pecado. Muy a menudo las personas se ponen sus joyas para que sean símbolos
de identificación o estatus y a fin de que los demás tomen nota. ¿No suena esto
como vanidad y orgullo que obra en el corazón de las personas? Nos conviene
recordar que el Padre Celestial condena el orgullo de la vida, la codicia de la
carne y el deseo de los ojos. ¿No es verdad que ni la vanidad y ni el orgullo
tiene lugar en la vida de un hijo de Dios? La Biblia nos dice que estas cosas
son de este mundo y que “el mundo se pasa, y su concupiscencia; mas el que
hace la voluntad de Dios, permanece para siempre” (1 Juan 2:17).
Cuando
el cuerpo de un hombre o mujer se lleva al reposo, todavía no he escuchado a
alguien decir, “Él siempre llevó el oro más puro”. “Todo el tiempo ella llevó
los más hermosos brazaletes”. “Su collar brillaba y radiaba todas las veces que
te acercabas a él”. Y etcétera. ¡Esas cosas terrenas y temporales habrán pasado
y no serán de gran importancia! La belleza y el atractivo de una persona es
ultimadamente juzgada por la vida que vivió. Su carácter, conducta,
comportamiento, lo que defendían y qué fue su fundamento de la vida será lo que
los definirá. A los santos en Antioquia se llamaban cristianos, no por llevar
algún anillo de oro, plata o el adorno exterior, ¡sino porque sus vidas reflejaban
a Jesucristo! ¡Oh, qué diferencia cuando la gente habla de las obras de
justicia de un hombre o mujer, o de las grandes cosas que él o ella hizo en
Dios! ¡Qué poderoso testimonio de la hermosura de la salvación de Dios cuando
ellos dicen que los jóvenes y viejos por igual se sienten atraídos por el
rostro de esa persona piadosa y de espíritu recto!
En
cuanto que “no [amamos] al mundo, ni las cosas que están en el mundo”
(1 Juan 2:15), ¡siempre anhelaremos que nuestros deseos y modo de vivir
sean absolutamente distintos de los del mundo! Lea este testimonio encontrado
en libro de J.E. Elliott, Jewelry and The Child of God: “Cerca de
terminar el siglo [20], un acontecimiento de interés ocurrió en la India. Amy
Carmichael, misionero para la India, explica en su libro, Gold Cord,
cómo las mujeres en la confraternidad en Dohnavur fueron dirigidas a Dios para
dejar de usar joyas. Todo comenzó a materializarse cuando un ministro llamado
Walker de Tinnevelly dijo a su esposa: ‘Dame tus joyas’. ¿Qué es lo que quiere
un ganador de almas con las joyas? En la tarde antes de este suceso, otra dama
llamada Ponnamal había escuchado a una pequeña niña decir, ‘Cuando crezca voy a
unirme a ese grupo y me voy a poner joyas como esa hermana’. Ponnamal fue
perturbada por la afirmación de la niña ya que ella quería que su vida fuera un
reflejo de Cristo. Buscando a Dios concerniente a la ‘pregunta de las joyas’,
la respuesta de Dios para Ponnamal estuvo en Isaías 62:3: “Y serás corona de
gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo”.
La respuesta fue muy clara para Ponnamal. Ella debía presentarse a su Señor
[sin sus joyas] en una manera sencilla sin adornos. De este modo ella se quitó
y dejó sus joyas. Amy escribió de ella: ‘Al momento de su muerte,
Ponnamal confesó, ‘Cuando puse mis joyas al lado, eso fue para mí una nueva
liberación… no podría haber hecho este nuevo trabajo [para Dios] si no hubiera
sido por el nuevo valor que fue resultado de haberme roto con la costumbre y
liberado de la esclavitud del temor del hombre’. Más tarde, una joven
dama llamada Star sintió la necesidad de quitar sus joyas. Su padre le
advirtió, ‘Si escucho que te quitas tus joyas, yo vendré por ti’. La amenaza de
su padre no le impidió a Star de luchar para seguir completamente a su Señor.
Ella se quitó sus joyas y su padre no la lastimó. Amy dijo de Star: ‘Fue una tremenda decisión que ella hizo ese día al pie de la Cruz,
pero no hay nada que alguien pudiera decir que podría sacudirla. Ella había
visto a su Amado, su Redentor. En Su frente estaba una corona no de oro, pero
de espinas, Sus manos y Sus pies no tenían joyas, sino heridas. Ella lo había
visto; ¿podría ella seguirlo adornada con oro?’ Las cosas que Amy
Carmichael escribió ocurrieron unos pocos años antes del Levántate, Resplandece
de la Iglesia. Lo que Dios requirió en aquel tiempo, es aún requerido hoy en
día. ¡Dios nunca cambia! La Iglesia está bien en su postura ‘en contra de usar
el oro para adorno’”.
¿Qué de
usted, querido santo de Dios? ¿Ha sido usted tentado a tratar de substituir la
belleza de Dios con cosas secundarias de este mundo? Todos nosotros quienes
somos miembros por pacto de la Iglesia de Dios, sinceramente prometimos en la
presencia de Dios y de testigos aceptar la Biblia como la Palabra de Dios, el
Nuevo Testamento como nuestra única regla de fe—creer y practicar sus
enseñanzas correctamente divididas. La enseñanza 26 de nuestras 29 Enseñanzas
Prominentes—“Contra el uso del oro como ornamento o decoración tales como:
sortijas, brazaletes, aretes, medallones, etc. de parte de los miembros”, esta
es quizás una de las enseñanzas más controversiales en el mundo cristiano. La
Iglesia de Dios entiende que la Biblia no está callada en este tema y las
Escrituras mencionadas en este artículo son solamente unas pocas de las muchas
que sostienen la posición de la Iglesia sobre el asunto del adorno. Una mirada
alrededor de la corriente principal de las denominaciones y las organizaciones
llamadas Pentecostales demostrarán que no tienen ningún tipo de restricción en
cuanto a las joyas. ¡Podemos muy bien estar solos en este tema hoy en día!
“La
Iglesia de Dios cree que la Biblia tiene suficiente información para
gobernar todos los negocios que puedan surgir. En el Libro hay suficientes
leyes, y reglas, también estatutos, tipos o profecías, o principios… para
gobernar la Iglesia sin hacer unos nuevos” (Historia y Gobierno; Stone).
Abra su Biblia, estimado lector, ¡y vea los tipos y sombras en el Antiguo
Testamento que respalda la posición de la Iglesia! Lea sobre el desagrado de
Dios por las “hijas de Sión” en Isaías 3:16-26, debido a su orgullo y
arrogancia. Ellas estaban más interesadas en los adornos brillantes y las
lunetas que en el bienestar del hombre interior del corazón.
Lea el
relato de Jacob en el Antiguo Testamento quien iba en rumba a Bethel (La Casa
de Dios). “Entonces Jacob dijo a su familia y a todos lo que con él estaban:
Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros
vestidos. Y levantémonos, y subamos a Bethel…así dieron a Jacob todos los
dioses ajenos que había en poder de ellos y los zarcillos que estaban en sus
orejas; y Jacob los escondió debajo de una encina, que estaba junto a Sichem”.
Por favor observe en este tipo y sombra que ni Jacob ni su casa podían venir a
Bethel hasta que ellos quitaran de entre ellos “los dioses ajenos” y
cambiaran sus vestidos. Esto habla del adorno exterior que ellos tenían en
aquel tiempo. ¿No es interesante que estas cosas fueran quitadas y después
quemadas antes de que ellos fueran a ese lugar llamado la “Casa de Dios”? Ah,
sí, La Iglesia de Dios aún requiere que todos los futuros miembros se limpien y
pongan a un lado (quitar y quemar) todas sus joyas antes que vengan a ser
miembros de “la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y
apoyo de la verdad” (1 Ti. 3:15).
Una vez
más, hago mención del Salmos 149:4. “Porque Jehová toma contentamiento con
su pueblo: Hermoseará a los humildes con salud”, y quiero llamar su atención
a Esther cuando ella fue llevada al palacio bajo la custodia de Hegai para
embellecerla antes de entrar a la casa del rey. Ella le fue dado “atavíos y
sus raciones”, pero estas cosas que eran “de la casa [propia] del
rey” (Esther 2:9). Esther no trajo nada. Ella no tenía nada. No requería
nada 8
y no recibía nada de nadie hasta que llegara al
palacio del rey. ¡A ella le fue dado las cosas para su embellecimiento que
pertenecían de la casa del rey! De igual manera cuando Dios nos llama y somos
llevados a Él, reconocemos que Él tiene todo lo que necesitamos para el proceso
de embellecimiento. Esto sale de Su propio cofre de tesoro—ropaje real,
vestidos de salvación, adornos y cadenas de gracia, una corona de gloria,
favores y misericordias. ¡Todo eso procede de Su propio suministro! ¡El Rey de
gloria provee ese “lavacro del agua por la palabra” (Ef. 5:26), el cual
puede purgar, purificar, y embellecernos en la preparación para entrar a la
casa del rey!
Cuando leo 2 S. 13:18, lo que dice: “Y
tenía ella sobre sí una ropa de colores, traje que las hijas vírgenes de los
reyes vestían”, pienso en cada uno de los miembros por pacto de La Iglesia
de Dios, el Cuerpo de Cristo, quienes no serán “[vestidos] de púrpura
y de escarlata, y [dorados] con oro, y [adornados] de piedras
preciosas y de perlas” (Ap. 17:4), pero mejor “se [vistan] de
lino fino, limpio y brillante: porque el lino fino son las justificaciones de
los santos” (Ap. 19:8).
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