jueves, 3 de noviembre de 2016

TRES ÁNGELES APARECEN EN LA CONVENCIÓN EN BRAZIL MOSTRANDO MANOS SIN JOYAS

(Extractos del Mensaje de Asamblea durante el Programa de Lenguajes Mundiales, 1989) Por Félix García

“Y llamarles han Pueblo Santo, redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciu­dad Buscada, no desamparada” (Is. 62:12).

El uso de joyas, el maquillaje, la ropa indecente – nunca deben de estar en la Iglesia de Dios. Mire, no estoy obsesionado con este asunto. No voy a insistir sobre este tema porque creo que el Espíritu Santo puede hablar a nuestro corazón y – ¡Aleluya! – ¡traernos convicción! ¡Gloria a Dios! El problema no es con el asunto, el problema es con nosotros, la gente. No estoy predicando algo nuevo. ¡No lo estoy! Esto fue practicado por la Iglesia primitiva, por el comienzo de la misma Iglesia en que somos miembros hoy, de este lado de la Edad Oscura. No estoy predicando que hay un espíritu, una influencia que hoy trabaja en el mundo tratando de desviarnos, tratando de descarriarnos.

Algunas personas dicen que este tema es innecesario, que las joyas y el adorno exterior no tienen nada que ver con el interior. Bueno, tengo noticias para usted. Esto tiene que ver con el interior. Porque lo que está dentro de usted se verá reflejado en el exterior. Aleluya. Sí, están aquellos que quieren que la Iglesia haga concesiones con respecto a estos asuntos importantes. Aunque es evidente, la Iglesia debe declarar alto y claro que la conformidad con el mundo no va a ayudar a la Iglesia. No mejorará la Iglesia. Al contrario, hace daño a la Iglesia. Nunca, nunca debemos ceder a esta presión. Si existen tales extremos, seamos la Iglesia que elija el extremo de la santidad. El extremo de la ultra conciencia. El extremo de ser escrupulosa. El extremo de ser limpia. ¡Esa es la mejor opción para nosotros! Me gustaría que dijeran “amén”. ¡Esta es la mejor opción para nosotros! Sé que esta postura podría provocar críticas por parte del flanco liberal. Pero también estoy seguro que esto es más agradable a Dios. Creo que Él desea esto mucho más. Yo prefiero ser criticado debido a mis extremos en la santidad. Creo que preferiría ser criticado porque estoy agradando a Dios.

Sin duda hay que entender que la Iglesia y el mundo deben ser diferentes. No debemos, y no se debe, ni siquiera parecerse entre sí. Sin embargo, la gente hoy en día está poniendo a prueba la tolerancia y la paciencia de Dios. Hoy estamos viendo cosas en la Iglesia que en tiempos pasados nos avergonzaría a todos nosotros – desafiando a la Iglesia y sus enseñanzas de la Biblia, sin considerar el Consejo a los Miembros, disputando abiertamente el sabio consejo de la multitud de consejeros. Yo les digo, este espíritu se ha infiltrado en la Iglesia y me preocupa. Pero hay que admitir que no comenzó ayer. Es porque hemos descuidado nuestra responsabilidad de predicar la Palabra y la predicación con autoridad y con vigor. La Biblia dice en Tito 2:1, “Empero tú, habla lo que conviene a la sana doctrina”. Seamos sinceros, algunos han preferido tomar el camino de menor resistencia. No haga las cosas más confusas. No haga enojar a la gente. Vamos a dejar que las cosas encuentren su propio curso, se van a enderezar por sí mismos. ¡No! ¡No debemos asumir que las almas y especialmente nuestros jóvenes y nuestros nuevos convertidos son capaces de guiarse a sí mismos! ¡No! No, ellos no son capaces. Es como nuestros niños. Usted tiene que mantener la presión sobre los niños y enseñarles lo que está bien y lo que está mal. Y aun si ellos están grandes, usted todavía tiene que aconsejarlos, amonestarlos.

Estoy aquí para decirles que el Espíritu de Dios, aleluya, el poder santificador de Jesús puede erradicar los deseos del mundo ¡en un solo instante! Solo aplique la sangre de Jesús a sus deseos mundanos y sus hábitos y deje fluir la sangre preciosa del Cordero de Dios – ¡aleluya! – ¡deje que la sangre lo santifique por completo! ¡Aleluya! ¡Y usted no tendrá ningún problema! ¡Aleluya! Usted no tendrá ninguna dificultad de despedir al mundo de su vida debido a que usted no lo ha hecho – quien lo ha hecho ha sido el Señor.

Algunos de nosotros pensamos, “Oiga, vamos a hacerlo poco a poco”. Pero Dios tiene una diferente opinión de eso.

Deje que le cuente una historia que sucedió en mi vida. Yo era Secretario de Campo y fui a Brasil. Llevé a cabo un seminario de ministros y les estaba enseñando acerca de la Iglesia. El Supervisor dijo, “Obispo García, hay una cosa. Las gentes de aquí todos usan joyas. Todos. Tienen anillos en cada mano. Y simplemente no se puede erradicar porque es parte de nuestra cultura en este país. Es un insulto para nuestro esposo quitar su anillo matrimonial o una esposa quitar su anillo matrimonial”. Y él dijo, “Pero señor, no se preocupe por eso – les voy a enseñar poco a poquito. Solo deme tiempo”. Estoy de visita aquí así que dije “está bien”. Fuimos a todas las Iglesias y su estructura y sus enseñanzas y su gobierno – todo. Durante todo el día, ellos manifestaban acerca de cómo el Espíritu Santo se movió en estas maravillosas Asambleas Generales. Y entonces, usted sabe, llegamos al final de la misma. Yo dije, “Bueno, esta es la última sesión. Mañana tendremos una buena reunión. Vamos a clamar y alabar a Dios. ¿Tienen alguna pregunta?” Había una pareja de jóvenes sentados en la fila de enfrente. La muchacha levantó su mano. Ella dijo, “Estoy comprometida para casarme y nos vamos a casar aquí pronto. Leí las 29 enseñanzas [tratado] y dice no joyas”. Yo miré al Supervisor. Él me miró y le dije, “¿Qué hago?” Él dijo, “Hable acerca de eso”. Entonces comencé a hablar. ¿Sabe lo que pasó? Esas personas eran inflexibles. Casi desagradables. Es decir, ellos 100% defendieron sus joyas. Estaban dispuestos a morir antes que cumplir. Finalmente, dije, “¡No se hable más!” Supongo que el mexicano dentro de mí brotó. Entonces dije, “Levántense”. Y los despedí a ellos. Y caminamos hasta el hotel. El Supervisor y yo estábamos caminando y yo nunca dije una palabra. Ninguno de los dos dijo una palabra. Y yo estaba llorando y estaba muy decepcionado. No gané la discusión. ¿Puede creer eso? Yo no podía. Ellos me hablaron y me interrumpieron y ellos gritaron. Esto fue horrible. Cuando llegué a mi cuarto solo me recosté sobre la cama y dije, “Dios, ¿Por qué me trajiste aquí para avergonzarme? ¿Por qué no pudiste ayudarme? ¿Por qué no pudo tu Espíritu hacer algo y abrir sus mentes y entendimiento para aceptar Tu Palabra? Esta es una enseñanza bíblica.” Y lloré y lloré y caí dormido. En la mañana cuando abrí mis ojos yo todavía estaba completamente vestido y recostado sobre la cama, pero había un gozo en mí. Algo sucedió. El Espíritu Santo ministró mi alma. Y me levanté, tomé un baño, me rasuré, y estaba listo para ir a la última sesión. Cuando estaba listo para ir a la última sesión en este seminario, cuando llegamos caminando a este pequeño edificio que habíamos rentado. Cuando entramos, había personas orando. El Supervisor y yo fuimos a la plataforma y nos arrodillamos y oramos. Llegamos a la oración – ahora escuche, estas personas no creían en aplaudir en la Iglesia. Ellos no creían en gritar. Y hablar en lenguas en voz alta era inaceptable. Ellos no creían, y ante todo, tenían problemas con el asunto de las joyas. Cuando entramos solo nos arrodillamos en la plataforma y empezamos a orar y el Espíritu Santo descendió y hubo una lluvia de bendiciones. Oh, era precioso. Había una mujer… Fue la última que tenía una palabra que decir en esa sesión la noche anterior. Ella dijo, “Hermano García, estoy de acuerdo con usted. No deberíamos usar oro. ¡Pero las mías son de plata!” Y eso me exasperó más. Ella fue la última que llegó esa mañana. Cuando ella entró en la Iglesia estábamos orando y el Señor ya había bautizado a dos hombres con el Espíritu Santo y ellos estaban gritando y palmeando sus manos. Ahora estoy hablando de la oración de apertura de la mañana. Y así, cuando ella entró había caminado medio camino, y alzó la vista y gritó a todo pulmón y se desmayó y de repente cayó al suelo. Entonces la reanimaron y la sacudieron y le dieron unas palmadas y todo eso y finalmente volvió otra vez a sus sentidos. Trató de pararse y entonces se desmayó otra vez. Cuando recuperó el sentido, dijo, “El Señor está en esta casa”. Dijo, “¡Acabo de ver a tres ángeles en esa plataforma – ellos estaban clamando, estaban aplaudiendo sus manos, y estaban danzando en el Espíritu – y no tenían ningún anillo!” Esa mañana el Señor descendió en esa casa y aproximadamente seis recibieron el bautismo con el Espíritu Santo y danzaron y gritaron en todo el lugar. ¡Pero lo más hermoso fue que todo el mundo se quitó sus anillos y con lo que obtuvimos de las joyas [al venderla] se construyó la primera iglesia en Brasil!

Ahora, lo que estoy tratando de decir es que pensamos que debemos de tomar nuestro tiempo. Creemos que sabemos más que Dios cómo resolver un problema. “Dame tiempo. Voy a hacerles entender este asunto”. Bueno, Dios no lo necesita. En cierto sentido, Él no necesita de usted y de mí. Lo que necesita es que nosotros le permitamos al Espíritu Santo que obre, que permitamos que Dios toque las vidas.

No hace mucho tiempo estaba en un servicio y había un muchacho mexicano, alto y grande. El arremangó sus mangas hasta aquí y tenía tatuajes en todos los brazos. Un muchacho que se veía malo. Su madre le había llevado a la Iglesia. Nadie podía tratar con él. Él estaba perdido, en todo tipo de drogas. Nada volvería a cambiar su vida. Y ellos dijeron, “Mire, solo hable bien con él porque es temperamental”. Y yo no estoy tan grande tampoco. Así que, me preguntaba “¿Qué voy a hacer?” Así que después de la predicación, fui a donde estaba sentado, hasta atrás, y ese muchacho no era tan duro. Grandes lágrimas corrían por su cara. Dios había tocado su vida, y le dije, “Mira, no corras más de Dios”. Él dijo, “Señor, no hay nada que vaya a cambiar mi vida. Soy tan malo, estoy tan lejos, estoy tan perdido. Mire mis brazos. No puedo hacer nada por mí mismo”. Y yo le dije, “No hagas nada por ti mismo. Sígueme – vamos”. Lo agarré por el brazo y sentí sus grandes músculos flexibles. Él se paró, él es más alto que yo – y se dirigió al altar y el Espíritu Santo lo tomó y cambió su vida al instante. De esto es lo que estoy hablando. Es decir, el mismo poder de Dios que cambia a un pecador como él y cambió a unos pecadores como nosotros, aleluya, ¡puede cambiar la actitud de todo el mundo! ¡Aleluya! Ese poder santificador de Jesús, gloria sea a Dios, ¡la sangre no ha perdido su poder! ¡La sangre no ha perdido su poder!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario