Robert J. Pruitt (MAB 24 de mayo de 1980)
Fue el día exacto del Pentecostés en Jerusalem. Después de muchos días de anticipación y preparación para esta especial celebración anual del día tan importante para los judíos, un gran número de ellos se habían reunido en Jerusalem desde muchas provincias distantes, además de todos los judíos devotos que vivían en Jerusalem en ese tiempo.
Durante la celebración de este día festivo hubo un evento que tuvo lugar que sorprende a los hombres de todo el mundo, aún hasta el día de hoy.
Los apóstoles y otros santos, que en total eran cerca de 120, se reunieron en un solo lugar y esperaban al Consolador que Jesús prometió enviarles cuando ascendió al cielo. Les ordenó que esperaran en Jerusalem para Su venida, es decir, la venida del Consolador, el Espíritu Santo.
Mientras esperaban allí, Él vino y con su venida hubo algunas señales milagrosas y maravillas. La primera indicación fue un estruendo del cielo como de un viento recio que soplaba. Vino con tanta fuerza que “hinchió toda la casa.” Entonces “se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentó sobre cada uno de ellos.” Y las Escrituras dicen, “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:4).
Este único incidente marca uno de los eventos más insólitos y uno de los más controvertidos en la historia religiosa. Aunque la Escritura es muy clara, algunas personas religiosas y no religiosas aún están tratando de interpretar su verdadero significado y su relevancia para los creyentes cristianos de hoy.
Este evento causó un gran revuelo en Jerusalem el día en que sucedió. Para un espectador, probablemente se parecía a un desorden de fanáticos, pero había un cierto orden y significado para todo el aparente caos. Aquellos involucrados actuaban como personas bajo la influencia del alcohol, excepto por el hecho de que hablaban con fluidez en idiomas que no les eran familiares a ellos, pero que fueron entendidos por algunos de los que provenían de provincias alejadas de Jerusalem. Probablemente pocos de los apóstoles y santos en Jerusalem habían estado en estas provincias, e incluso si hubiesen estado en las provincias, no estaban familiarizados con los idiomas lo suficientemente como para hablar tan fluido como lo hicieron en esta inusual visita del Espíritu en el Pentecostés. Esos extranjeros observaron que aquellos involucrados hablaban claramente sobre las maravillosas obras de Dios en idiomas que los que hablaban no conocían.
Una explicación era apropiada, y fue en este punto cuando el Espíritu se movió sobre el apóstol Pedro que se levantó en medio de los otros once apóstoles y los santos de Jerusalem para declarar, “Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó su voz, y hablóles diciendo: Varones Judíos, y todos los que habitáis en Jerusalem, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están borrachos, como vosotros pensáis, siendo la hora tercia del día; mas esto es lo que fué dicho por el profeta Joel: Y será en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros viejos soñarán sueños: Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hechos 2:14-18).
Un pasaje casi idéntico se encuentra en el Antiguo Testamento (Joel 2:28). Este es uno de los eventos más malinterpretados en las Escrituras, pero es uno que está cautivando el interés de las personas de todo el mundo. Varios individuos y grupos definen y aceptan sus propias interpretaciones, a menudo usando solo pasajes selectos de la Biblia que parecen respaldar una interpretación particular. Esta es la causa de malentendidos y confusiones, porque podría haber unidad de creencia y práctica en esto si todos los que estamos involucrados tomamos la interpretación bíblica completa, dividiendo correctamente las Escrituras, de modo que no exista conflicto bíblico. Tomándolo de esta manera hay apoyo bíblico en todos los aspectos de esto, y puede ser entendida en su relación con las obras de la gracia en el creyente, su función como un don de Dios, y los dones particulares que funcionan a través del Espíritu.
Es evidente en la Biblia que este derramamiento del Espíritu no fue la primera operación del Espíritu en el mundo. Él es parte de la divina Trinidad lo cual es evidente desde la creación. Su poder e influencia en esta capacidad se registra en muchas instancias en el Antiguo Testamento.
Pero el derramamiento del Espíritu en el Pentecostés marcó una nueva relación entre el Espíritu y el creyente. Sí, Él está en el creyente en la conversión. La Trinidad no está separada de ninguna obra de la gracia o ningún don de Dios. En esencia, no están separados, pero funcionalmente uno puede ser realzado sobre los otros dos. Por ejemplo, cuando Cristo entra en el corazón de una persona en la conversión, decimos que la persona ha recibido a Cristo como Salvador y Señor. Pero eso no significa que el Padre y el Espíritu Santo no están allí también. Lo están, pero el énfasis es que la persona que ha sido salva, o sea convertido, o nacido de nuevo–todo significa lo mismo–ha recibido la salvación del pecado por virtud de la sangre de Cristo derramada en la cruz del Calvario.
Que el bautismo del Espíritu Santo es una nueva relación del Espíritu en el creyente que recibe después de la conversión, queda aclarado por una serie de pasajes del Nuevo Testamento.
Considere, por ejemplo, el anuncio de Juan el Bautista a sus discípulos. Estos ya eran convertidos por la fe en Dios después de haberse arrepentido de sus pecados cuando Juan les había predicado. Obviamente no habían sido bautizados por el Espíritu Santo porque Juan les dijo en Mateo 3:11, “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; mas el que viene tras mí, más poderoso es que yo; los zapatos del cual yo no soy digno de llevar; él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego.” Aquí está claro que estos discípulos de Juan fueron convertidos, y también está claro que aún no habían sido bautizados con el Espíritu Santo. No hay evidencia en el Nuevo Testamento de que hubiera alguien que hubiese recibido esta experiencia, con la excepción de Jesús y Juan el Bautista, quienes tuvieron la llenura del Espíritu desde el nacimiento en virtud de sus llamamientos especiales.
Incluso los discípulos de Jesucristo no tuvieron el bautismo del Espíritu hasta el Pentecostés. Jesús, en el capítulo 14 de Juan, estaba explicando la venida del Espíritu Santo a Sus discípulos. Él les dijo que después de ascender al cielo, les enviaría el Consolador, y ellos esperaron en Jerusalem hasta que vino. En los versículos 16 y 17 Jesús les dijo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: Al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce: mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros.” Este pasaje no está en desacuerdo con la verdad de que el Espíritu mora en el creyente desde la conversión, pero el énfasis aquí es que vendría a ellos en una nueva relación en el Pentecostés, lo cual lo hizo. En ningún otro evento o situación en su experiencia de salvación respondieron de la manera que lo hicieron en el Pentecostés. En ningún otro momento habían estado tan bajo la influencia del Espíritu que actuaron como hombres ebrios y hablaban fluidamente idiomas que no habían aprendido. Definitivamente fue una nueva relación en el Espíritu. Fue un bautismo como Juan dijo que sería y eso después de la conversión. Fue una llenura interior como Jesús dijo que sería, una que nunca habían tenido, aunque ya eran convertidos.
Hablar del bautismo del Espíritu Santo como “la segunda obra de la gracia,” o “el segundo bautismo,” es estropear las Escrituras. Hay mucha evidencia para explicar la obra de la gracia en el creyente. Uno de los más concisos y puntuales es 1 Juan 1:9 en el cual Juan escribe, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.” Note las dos distintas operaciones de la gracia. Es la limpieza de la naturaleza Adámica que todos heredamos de Adam. Uno no es perdonado por esto, porque uno no tuvo nada que ver con que esté allí. Entonces, hay dos obras distintas de la gracia. Ambos pueden suceder en el momento en que uno se acerca a Dios en la conversión. No es necesario que haya un factor de tiempo entre estos, pero estos son dos obras distintas u operaciones de la gracia.
El bautismo del Espíritu Santo, sin embargo, no es una obra de la gracia. No es necesario que haya una subsecuente obra de la gracia en el corazón del creyente después de la conversión y la limpieza, o la santificación, porque mediante esta operación el creyente es perdonado y limpiado. El bautismo del Espíritu Santo es un don de Dios, un revestimiento de poder para el servicio.
Uno no recibe el bautismo del Espíritu Santo hasta que su templo sea limpiado de la naturaleza Adámica, santificado y listo para Él. El apóstol Pablo escribió en 1 Corintios 3:16, 17 “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal: porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”
Ignorar el hecho de que limpiar el templo, sacar el mundo, y crucificar la naturaleza Adámica a través de la obra de la sangre de Cristo en la santificación ha sido causa de mucha confusión y frustración en el movimiento Pentecostal–carismático moderno. Hay muchas imitaciones, pero solo hay un verdadero bautismo del Espíritu Santo, y este todavía es ese que se recibió en el Pentecostés y luego en otras experiencias del Nuevo Testamento entre los creyentes. Siempre fue y todavía sigue evidenciándose inicialmente hablando en lenguas como el Espíritu da que hablen. Hay mucho más que las lenguas, pero ignorar y rechazar la evidencia inicial de la nueva experiencia y la relación en el Espíritu es comenzar confundido y sin bases escriturales.
Lo más grande que el diablo puede hacer hoy ante el poderoso movimiento mundial del Espíritu de Dios es confundir y obstruir a aquellos que se sienten atraídos por él. La escritura es muy clara en esto, pero los hombres, por sus propios esfuerzos intelectuales, han confundido a muchos con sus propias interpretaciones y evaluaciones. Ellos no han cambiado la verdad, no obstante, porque la Palabra de Dios lo deja en claro. ¿Ha recibido esta experiencia desde que se convirtió? Si no, todavía hay algo vital y gratificante para usted en el Espíritu. Lo desafío a que le pida a Dios este regalo que Él ya ha guardado para usted.
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