Oscar Pimentel, Supervisor General de La Iglesia de Dios
Honestamente puedo decir que he experimentado sanidad divina en mi cuerpo en diferentes ocasiones de mi vida, ambos, cuando era niño y como adulto. La primera vez que puedo recordar que fui sano por el poder de Dios fue cuando era un niño en el año 1985. Mi padre, quien fue salvo en la primavera de 1984, nos llevó a la población rural de Emmett, Idaho. Fue allí, en una casa pequeña, donde me enfermé de una fiebre terrible, a la edad de siete años más o menos. Vívidamente recuerdo la puerta de la habitación abierta y la luz apagada, cuando escuché la voz de un hombre llamado Enrique Martin, un ministro del evangelio, quien vino a visitar a mis padres para animarlos en el Señor. Mientras estaba acostado en la cama, abrumado por mi enfermedad, y muy débil, pude escuchar a mis padres explicar que yo estaba enfermo de fiebre. La luz se encendió y en la habitación llegó este gigante hombre, su esposa y mis padres. Me ungieron con aceite, pusieron sus manos sobre mí y oraron por mi sanidad. Se dieron la vuelta para salir de la habitación donde yo estaba, y apenas habían entrado en la cocina cuando esa fiebre desapareció de mi cuerpo, salté de la cama y me dirigí a la cocina, pidiendo comida a mi madre. ¡Estaba completamente sanado sin ningún síntoma de fiebre y completamente fortalecido en el cuerpo!
Otra experiencia de sanidad que deseo compartir involucra a mi hija menor, Evangelina. Esto hace varios años. Fue en el momento de los primeros viajes que debía hacer en nombre de la Iglesia como interprete y este viaje me llevaría a Honduras. El día antes de irme, comencé a sentir mucha incomodidad en mi garganta, y recordé que cuando era niño tuve algunos ataques temidos con amigdalitis, esa condición de hinchazón de las amígdalas (que Dios me había sanado muchos años antes). Esto trajo fiebre, escalofríos y un dolor de garganta. Francamente estaba preocupado, recuerdo que pensé, “no puedo ir a Honduras así. ¿Qué bien puedo hacer bajo estas condiciones?” Por supuesto, las maletas estaban empacadas, el pasaporte en la mano, el boleto comprado y sentí que no podía retroceder. Pensé, “tengo que ir, así que me voy enfermo y tendré que luchar para superarlo y confiar en Dios” Se estaba haciendo tarde y recuerdo descansar en el piso en mi habitación. Mientras estaba allí, mi hija Evangelina, que en ese momento era muy pequeña, vino detrás de mí y comenzando a conversar entre nosotros. Le dije que no me sentía bien. Ella ofreció, a su manera, orar por mí. Por supuesto, la alenté a hacerlo, pero Dios sabe que no le di mucha importancia y en realidad no esperaba ningún cambio. Ella puso su pequeña mano en mi garganta y oró. Le di las gracias después de su oración y poco después me quedé dormido. Me desperté a la mañana siguiente y me levante, me aseé y agarre mis cosas–luego, de repente, me di cuenta de que todo el dolor había desaparecido de mi garganta y que todos los síntomas habían desaparecido! Puede que no haya tenido fe la noche anterior para creer que algo cambiaría, pero esa niña tenía fe, y lo suficiente como para tocar el cielo en nombre de su padre. ¡Fui divinamente sanado por el poder de Dios!
Me di cuenta de que en estos dos casos Dios usó a un ministro anciano del evangelio para que orara por mí cuando era niño, y una pequeña niña para orar por mí como adulto cuando estaba enfermo. No fue su edad, ni su experiencia o falta de ella, lo que me sanó, sino el poder de Dios a través de su oración de fe.
Me gustaría recordar algunas palabras compartidas en el Mensaje Anual del 2015, y creo que es cierto de este tema o cualquier otro tema que predicamos. Dije “A veces encontramos algunas diferencias en la FORMA en que los ministros enseñan. (no dije QUÉ. Hay una manera incorrecta de enseñar lo que es correcto. A veces las personas predican áspero y duro, pero queremos presentar la verdad de una manera que edifique. Digo, decir la verdad y predicar el evangelio, pero no golpeemos y menospreciemos a los hermanos.) Santos, creo que siempre y cuando nos apeguemos a la enseñanza de la Biblia, así como Dios nos las reveló, y hemos aceptado, no habrá lugar para desacuerdos. Cuando las personas comienzan a predicar fuera de los límites de la Asamblea en doctrina, es lo que trae desacuerdos y división. Pero si nos mantenemos dentro de los límites, hablaremos lo mismo y no encontraremos división entre nosotros.”
¿Qué es sanidad divina? Es ser sanado por el poder de Dios sin la ayuda de la medicina o habilidad quirúrgica. Cuando una persona cumple todas las condiciones de Dios, llega al lugar donde él o ella depende totalmente del poder de Dios y confía solo en el Señor para su sanidad, y ellos son sanados, se puede decir con razón que han sido sanados divinamente.
Lo mismo se puede decir en el caso del hombre o la mujer de Dios que cumple con todas las condiciones de Dios, sobre quienes se mueve el Espíritu y por medio de quienes Él opera el don de sanidad o cuándo oran por los enfermos en el nombre de Jesús en la fe, creyendo e inmediatamente y de forma instantánea la enfermedad o mal del enfermo huye ante la mención de Su nombre.
Hay algo muy maravilloso sobre la sanidad divina. es que no está limitado a algunos pocos, sino que, como la salvación, es a quien quiera. Una persona puede recurrir a asistencia médica y al mismo tiempo pedirle al Señor que lo ayude, y es posible que el Señor ayude al individuo en un caso como este. Y Él ha ayudado en casos como este, pero la sanidad divina por el poder de Dios se lleva a cabo tan milagrosa y a menudo es tan instantánea como la regeneración.
No creo que haya un miembro o ministro en La Iglesia de Dios que no esté de acuerdo con que esta enseñanza sea doctrina bíblica y, por lo tanto, una enseñanza de la Iglesia. Sin embargo, si me equivoco, me gustaría dejar en claro hoy que esta es una enseñanza prominente en la Iglesia.
Es importante mencionar que no es mi intención de ninguna manera desacreditar a la ciencia médica. Dios sabe que no. Le gradezco a Dios por eso. Oro por las bendiciones de Dios sobre cada buen médico y enfermera del mundo. Ellos trabajan incansablemente de noche y día tratando de brindar alivio a la humanidad que sufre, haciendo todo lo que está en su mano, trabajando con sus manos y su conocimiento de las medicinas, tratando de ayudar a la naturaleza a devolver la salud a la humanidad que sufre. La Iglesia no habla irrespetuosamente de estos buenos servicios públicos.
Nuestro esfuerzo debería ser simplemente enseñar la forma en que la sanidad tuvo lugar en la Biblia, e informar a la humanidad que lo que otros están tratando de hacer Dios lo hace completamente. Para fortalecer aún más, deseo mencionar la Recomendación de la Asamblea General de la Iglesia y el acuerdo unánime que tuvo lugar en la 103ra Asamblea General del 2008 que declara en parte: “… La Iglesia sostiene la enseñanza bíblica de que la sanidad divina se proporciona para todos en la expiación, pero no enseña que es pecado visitar a un médico o tomar medicina.”
Por favor permítame compartir este pensamiento. Creo que fue A. J. Tomlinson, quien, como Supervisor General en sus primeros años, predicó y creyó en el bautismo del Espíritu Santo con la evidencia de hablar en lenguas antes de recibirlo. Simplemente porque no lo tenía no lo descalificó para que lo predicara, ni tampoco significaba que fuera un hipócrita. Creo que este pensamiento también puede aplicarse al tema que nos ocupa. Alguien todavía no puede estar en el lugar de total dependencia de Dios para su sanidad bajo cualquier circunstancia, y tampoco todas las personas enfermas por las que hemos orado han sido sanadas, pero aun creemos que Dios tiene todo el poder de sanar y, por lo tanto, nosotros lo predicamos.
El registro del Antiguo Testamente nos dice que Dios “perdona todas tus iniquidades” y “sana todas tus dolencias” (Salmos 103:3). Isaías 53:5 dice, “Mas él herido fué por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados.”
El registro del Nuevo Testamento declara que en la expiación efectuada por Cristo en la cruz fue incluida la sanidad para el cuerpo. “El cual mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros siendo muertos a los pecados, vivamos a la justicia: por la herida del cual habéis sido sanados” (1 Pedro 2:24).
No hay lugar para especulaciones sobre quién es responsable de la sanidad divina ¿Quién fue herido por nuestras transgresiones? ¿Quién fue molido por nuestras iniquidades? ¡Solo Cristo, el Hijo de Dios! Solo Él sufrió las llagas que traen sanidad divina. Encontramos mucha evidencia en la Escrituras de la sanidad efectuado por Jesucristo. La evidencia está allí que podría alentar la fe del creyente en el poder de Dios para ser sano.
Las limitaciones de tiempo no nos permitirían mencionar todos sus milagros de sanación registrados en el Libro Sagrado, pero esto no es una sorpresa ya que Juan ya ha declarado, “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen cada una por sí, ni aun en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén” (Juan 21:25)
Aquí voy a compartir algunos: “Y como descendió del monte, le seguían muchas gentes. Y he aquí un leproso vino, y le adoraba, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Y extendiendo Jesús su mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y luego su lepra fué limpiada” (Mt. 8:1-3). Lo que encontramos aquí es un leproso que sin duda debe haber oído sobre la fama del Especialista en sanidad. La Biblia dice, “Empero tanto más se extendía su fama: y se juntaban muchas gentes a oir y ser sanadas de sus enfermedades” (Lucas 5:15). Uno de los primeros pasos para recibir sanidad de Dios es saber algo sobre lo que Jesús puede hacer.
La Biblia dice, “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿y cómo creerán a aquel de quien no han oído? ¿y cómo oirán si haber quien les predique?” (Ro. 10:14). ¿Por qué no deberíamos decirles a las personas, y especialmente a las personas que sufren sobre este Especialista, que nunca estudió o practicó medicina, pero quien han sanado a más personas y atado más corazones rotos que todos los médicos de lejos y de cerca?
Este leproso no tenía remedio para su condición. Su única esperanza era un milagro de Dios, y así llegó a Jesús y le adoró y lo llamó, “Señor.” El leproso dijo “Señor, si quieres,” y Jesús inmediatamente lo tocó diciendo, “quiero.” ¿No sabe usted que Dios está dispuesto a que nuestra enfermedad sea eliminada de nuestros cuerpos? La situación desesperada y desahuciada de este hombre lo llevó a un lugar que cuando él entendió que Jesús de Nazaret estaba presente, hizo una súplica desesperada que tocó el corazón compasivo del Señor.
Las Escrituras no señalan nada acerca de la vida de este hombre antes de este momento, salvo que vino como un leproso. Sin embargo, podemos deducir por sus acciones y palabras que él tenía fe en Cristo para ser sano porque en alguna parte, en algún lugar, alguien le testificó de como Cristo los había sanado. ¿No es esta una buena manera de alentar a otros a confiar en el poder de Jesús para sanar? ¡Testifique sobre lo que Él ha hecho por usted! No es en lo que hacemos o no hacemos que generará fe en los demás, pero el testificar de Sus maravillosas obras que Él ha hecho por nosotros.
El registro no muestra que Jesús se preocupó en preguntar por su nombre, ni se tomó el tiempo de preguntar cuanto tiempo había estado con esa enfermedad. Cristo no le preguntó dónde él había estado o a donde iba. Estoy seguro de que el Maestro sabia todas estas cosas acerca de él y conocía toda su vida y todo lo que él había hecho. Jesús, siendo el salvador en tiempo real, el Gran YO SOY, no Él que SOLÍA SER o VOY A SER, pero el AQUÍ y AHORA Jesús de Nazaret- viendo su necesidad existente y el corazón con el que se le acercó, ¡extendió Su mano y lo tocó e inmediatamente fue limpio! ¡Cristo no fue crítico!
“Y vino Jesús a casa de Pedro, y vió a su suegra echada en cama, y con fiebre. Y tocó su mano, y la fiebre la dejó: y ella se levantó, y les servía” (Mt. 8:14,15). Solo sabemos algunas cosas sobre esta mujer; ella era la suegra de Simón Pedro, ella estaba en la casa de Simón y ella estaba con una “grande fiebre” (Lucas 4:38). Ella fue vencida por su grande fiebre y aparentemente no pudo pedirle al Maestro por Su toque especial a pesar de que Él estaba presente. En momentos en que una persona es afectada por alguna enfermedad, es posible que no tengan la fuerza para orar por ellos mismos. ¿Qué harán cuando no pueden clamar al Maestro? Algún santo de Dios debe suplicar al Señor en su nombre.
La escritura nos dice que “le rogaron por ella” (Lucas 4:38). ¿Ellos quienes? Sus discípulos. Ellos le suplicaron que hiciera algo con respecto a su enfermedad. Esta palabra “rogaron” denota que suplicaron a Cristo urgentemente y ansiosamente. Casi podemos verlos ahora. ¡Señor, por favor, suplicamos–que la sanes ahora! No dejes pasar esta hora sin que la sanes. ¡Por favor tócala! ¡Por favor sánala!
No debemos pasar por alto esta palabra importante “ellos.” Esto muestra su unión en oración. Esto significa unidad en su preocupación por ella. Esto significa unidad en la preocupación por ella. Esto significa armonía para el beneficio de la persona necesitada. Oh, ¿qué sería si todos–TODOS– de la Iglesia oramos juntos con profunda sinceridad y compasión piadosa, en una sola voz, en el momento que escuchamos que un estimado santo se enfermó o que un ser querido está atormentado de una temida enfermedad? ¿Le agradaría a Dios que lo tomáramos en serio y dejáramos todo lo que estamos haciendo para suplicar al Señor en nombre de aquel que esta afligido en el cuerpo? Aquí ellos oraron unidos y Él la tocó y la fiebre la dejó.
No hubo preguntas hechas por Jesús sobre su vida o historial de salud. No se preguntó si había ido o no a consultar a los médicos. Fueron sus discípulos quienes le suplicaron en su nombre teniendo fe y le hicieron saber la necesidad y Él la “vio,” “la tomó de su mano y la levantó; y luego la dejó la calentura” (Mr. 1:31). ¡Cristo no fue crítico!
No podría decirle si ella tenía fe o no. No lo encuentro en el registro, pero lo que leo en la Escritura me dice que ELLOS tenían fe. ¡Alguien tendrá que tener fe! No veo que Jesús estaba demasiado preocupado, viendo la necesidad de esta mujer, si tenía fe o no, si ella había sido salva o no, o si había ido al médico o no. En este caso, la carga de la necesidad de alcanzar a Dios para la sanidad estaba en los santos– en la Iglesia. Ellos oraron, independientemente de su espiritualidad o falta de ella. No los encontramos ocupados o preocupados de las cosas arriba mencionadas excepto que esta gran fiebre debe irse.
A veces, nos preocupado demasiado por la condición de la persona por la que se ora, pero ¿qué de nuestra condición, Iglesia? Mirando hacia tras en las condiciones sobre las cuales Dios favoreció a la Iglesia Primitiva con señales, milagros y maravillas encontramos que era la unidad, amor y confraternidad que prevaleció entre los primeros santos.
Tal vez es hora de que deje de mirar a mi alrededor para ver qué o quién tiene la culpa de la falta de la operación de los dones del Espíritu y examinar mi propia vida para estar seguros de que estoy donde necesito estar– santo, consagrado y perfectamente dispuesto a que Dios reciba toda la gloria–para que Dios pueda manifestar su poder.
Algunos pueden preguntar: ¿Por qué nosotros no estamos viendo más sanidades? Quizás estoy equivocado, pero dado que los dones del Espíritu se dan para la edificación de la Iglesia como un todo y no para su destrucción, si nosotros no estábamos viendo las olas milagrosas de sanidad divina en la Iglesia de Dios, ¿podría ser qué Dios ve que no estamos listo y no sabríamos cómo darle a Él toda la gloria?
Cuando Dios sanó al cojo, toda la gente corrió junto a Pedro y Juan. “Y viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones Israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? o ¿por qué ponéis los ojos en nosotros, como si con nuestra virtud ó piedad hubiésemos hecho andar a éste? El Dios de Abraham, y de Isaac, y de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su Hijo Jesús…Y en la fe de su nombre, a éste que vosotros veis y conocéis, ha confirmado su nombre: y la fe que por él es, ha dado a éste está completa sanidad en presencia de todos vosotros” (Hechos 3:12, 13, 16). Pedro lo deja en claro que no fue su virtud o piedad la que hizo caminar a este hombre, sino que fue la fe en el nombre de Jesús. Por supuesto, la persona que usa el Espíritu de Dios debe ser santo y consagrado, pero no es por nuestra santidad o espiritualidad profunda que Dios está obligado a sanar.
Por qué, cómo y cuándo Dios elige sanar a una persona y no a la otra es prerrogativa y asunto de Dios. Nuestro deber es hacer la obra de Dios con compasión. Nuestro deber es predicar la Palabra de Dios y poner manos sobre los enfermos, orar la oración de Fe, y por el poder de Dios verlos sanos y estar preparados para darle a Dios toda la gloria. Estoy seguro de que Dios conoce algunas cosas y áreas en las que nos falta. Creo que la gloria y el poder de Dios vale la pena el esfuerzo de un autoexamen.
“Y como fué ya tarde, trajeron a él muchos endemoniados; echó los demonios con la palabra, y sanó a todos los enfermos” (Mt. 8:16). Algunas personas nunca vendrán por su propia cuenta y tendrá que ser traídas. Puede ser físicamente en nuestros brazos, o puede ser espiritualmente con nuestras oraciones a Jesús. Una vez más, encuentro evidencia en este versículo de que fue la fe de aquellos que los llevaron a Jesús lo que contribuyó a que todos los enfermos fueran sanados.
No fue lo que hicieron lo que les valió su sanidad, sino que la sanidad vino a través de la fe en el poder de Cristo. “¿Está alguno enfermo entre vosotros? llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo…” (Santiago 5:14, 15). Ésta sigue siendo la forma bíblica, pero lo que más sobresale son estas palabras “la oración de fe.” Podemos llamar a los ancianos y ellos pueden venir, podemos ser ungidos con aceite y podemos orar por él, pero nunca podríamos hacer lo suficiente para obtener la sanidad solo porque hicimos todo lo posible. Sí, queremos llamar a los ancianos, sí queremos ungir con aceite y orar, pero lo que se necesita y llamará la atención de Dios es “la oración de fe.”
Cuando cuatro hombres vinieron cagando al pobre hombre “paralítico” (Mr. 2:3) a esa casa en Capernaum, Jesús vio su fe (Él no la escuchó, sino que la vio en sus corazones, por su comportamiento vio cuánta fe tenían). Él dijo “Hijo tus pecados te son perdonados” (v.5), después un poco más adelante Él dijo, “Levántate, y toma tu lecho, y vete a tu casa. Entonces él se levantó luego…” (vv. 11, 12). Aquí estaban un grupo de hombres preocupados por la sanidad de este pobre hombre que los obligó a llevarlos al Señor. ¡Cristo no fue Crítico!
“Y una mujer que estaba con flujo de sangre doce años hacía, y había sufrido mucho de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, como oyó hablar de Jesús, llegó por detrás entre la compañía, y tocó su vestido. Porque decía: Si tocare tan solamente su vestido, seré salva. Y luego la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote” (Mr. 5:25-29)
Este es un lugar donde la Biblia nos dice acerca de esta persona y cuánto tiempo había estado enferma y a donde había ido ella. Es significativo, yo creo, que el Señor nos permitió esta porción de la Escritura para que podamos aprender algo. Ella había llegado a esta comprensión y decisión con la experiencia de su propia vida. Ella se dio cuenta que ningún hombre podría hacer algo por ella sino solo Cristo. Aun así, Jesucristo no fue crítico, ni estuvo contra ella o hizo un gran problema del que ella haya ido a los médicos. Él podría haberle dicho, ¿Por qué me dejaste al último? ¿Por qué gastaste todo tu dinero allí?” Pero no lo hizo. Cristo no fue crítico. Ese día ella reunió las condiciones de Dios; condiciones que Dios estableció, no por hombre y fue su fe la que hizo todo.
Entendemos que “sin fe es imposible agradar a Dios.” Sin duda, cada hombre tendrá que trabajar eso con el Señor. Podemos intentar ayudarnos mutuamente en la fe, no hablando de cuanta fe yo tengo o tú tienes, sino por el predicar la Palabra de Dios. Esta mujer “oyó hablar de Jesús.” Ella no lo había visto. Ella no lo había experimentado, pero ella tenía fe. Ella se aferró a la nada hasta que se convirtió en algo Sera la fe en Su Palabra la que producirá las poderosas obras de Dios. Una de las mejores formas en que se producirá la fe es escuchando y leyendo de los hombres de fe en la Biblia. La Biblia dice, “Luego la fe es por el oír; y el oír por la Palabra de Dios” (Ro. 10:17). Sin duda, nuestro testimonio el uno al otro sobre cómo Dios nos ha sanado vez tras vez también aumentará nuestra fe en el Señor.
Quiero alentarlos a todos a no criticarnos el uno con el otro en esta área. Condenarnos y criticarnos no hará nada por nosotros. Deje que nuestra conversación y mensaje sea lo que Jesucristo ha hecho y puede hacer y no tanto lo que el hombre no puede hacer, o lo que usted y yo hagamos o no hagamos.
El Samos 107:20 dice, “Envió su palabra, y curólos, y librólos de su ruina.” Fue la Palabra de Dios que los sanó a todos y nosotros debemos alabar a Dios por Su bondad.
Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Hoy podemos aún acercarnos a Él y Él nos tocará, Él todavía puede hablar la palabra y podemos ser sanados en el mismo instante. Él todavía puede venir a la casa, ver su enfermedad, y tocar su mano y su enfermedad lo dejará. Si usted ha sido atormentado por muchos años por una enfermedad, o puede ser que apareció recientemente, si usted “lo toca,” usted puede también sentir en su cuerpo la virtud sanadora de Jesucristo. Su sangre nunca perderá Su poder.