La Biblia nos permite como individuos, tener normas para la conducta y vida cristiana que no violen Sus leyes santas, y que no ignoren las determinaciones de la Iglesia o aquellas que son específicamente abrazadas por la Asamblea General. Pablo estaba hablando de esa naturaleza personal de la fe cuando escribió en Romanos 14: 22 lo siguiente: "¿Tienes tu fe? Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo con lo que aprueba". Nuestra fe personal, en otras palabras, aquellas acciones y creencias que hemos logrado a través del aprendizaje y experiencias del pasado, vienen a ser parte de nuestras conciencias, y para nosotros puede que vengan a ser convicciones firmes que deban ser observadas por todos. No obstante, ¿qué dice Pablo al respecto? Tenla para contigo delante de Dios. En otras palabras, estás libre para ejecutarlas y hacerlas para contigo mismo, pero no se las imponga a los demás. Eso es lo que la Biblia nos dice que hagamos.
¿Pero qué respecto a mi conciencia?, alguien podría decir. Bien, examinemos nuestra conciencia. En los términos más simples, la conciencia es una habilidad innata para distinguir el bien del mal. Nuestra conciencia nos impulsa a hacer lo que creemos que es bien y nos amonesta contra el hacer lo que es malo. Cuando violamos nuestra conciencia, ésta nos condena. Pero la conciencia no siempre está en armonía con la Palabra de Dios. Esta es una facultad humana que juzga nuestras acciones a la luz de las normas más elevadas que percibimos. Puede que esté bien o mal, a menos que sea completa y correctamente estructurada por el Espíritu de Cristo y motivada por el Espíritu Santo. Nuestro trasfondo, enseñanzas, experiencias y otras influencias, nos ayudan conjuntamente a estructurar la conciencia. Si éstas han sido correctas delante de la presencia de Dios, entonces tendremos una conciencia fidedigna, pero si una o todas ellas fallan, podrían tener un efecto negativo sobre la misma.
Es posible destruir la confiabilidad de la conciencia a través del abuso constante. Podemos llegar a corromper la conciencia, la cual llega el momento en que el tanto abuso hace que esta cese de hacer una distinción entre el bien y el mal.
La conciencia es influenciada por las costumbres y tradiciones, así también como por la verdad; como podemos ver, las normas no necesaria- mente tienen que ser bíblicas (1 Co. 8:6-9). La conciencia podría condenar innecesariamente cosas que la Biblia no condena. A fin de operar correctamente y según la santidad bíblica genuina, la conciencia debe estar firmemente arraigada en la Palabra de Dios. Una dieta regular de las Escrituras de seguro que fortalecerá una conciencia débil o restringirá a aquella que es demasiada activa. Esa es la razón por la cual Pablo enfatizó la importancia de una conciencia sana (1 Timoteo 3:9) y advirtió contra cualquier cosa que pudiera corromperla (1 Co. 8:7; Tito 1: 15). Después de hablar estas cosas acerca de la conciencia, necesitamos prestar atención a las normas que abrazamos y a lo que estemos tratando de imponer sobre los demás. Pablo dijo que la fe personal es simplemente eso—algo personal. Si Dios le ha llamado a ayunar o hacer cualquier sacrificio personal por Él, eso no significa que Él este requiriendo que todos los demás tengan que hacer el mismo compromiso. Puede ser que Dios le este requiriendo eso a usted como individuo y para su propio refinamiento personal, lo cual no le da el derecho de mirar a los que no observen ni hagan lo mismo que Dios le requiera a usted con tono de burla; al usted obedecer a Dios en ese requerimiento personal, estará cimentando una confraternidad y comunión perfectas con Él.
Como un ejemplo, la Biblia no tiene una norma universal para las vestiduras y los estilos del cabello que pueda aplicarse a todas las razas del mundo, excepto la norma que se aplica a la modestia y la buena moral. Esta ya ha sido declarada y expresada en nuestros sanos consejos a los miembros. Estos son suficientes. El fustigar tal punto es como perpetuar una cuestión innecesaria que ha infectado la Iglesia durante décadas, y para la cual ninguna solución aceptable ha sido encontrada excepto la expuesta anteriormente. Si hubiera una respuesta universal diferente a la que tenemos, de seguro que el Espíritu Santo nos la habría revelado. Siendo que no lo ha hecho, lo más prudente y de edificación sería dejar tal asunto tranquilo.
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