Quisiera hablar de
la cruz, la cual nuestro Salvador nos ha llamado a llevar. Ciertamente Su cruz
fue más pesada que la nuestra, puesto que Él llevó el pecado de todo el mundo
sobre Sí Mismo. Él peleó contra Lucifer a través del uso de combate cuerpo a
cuerpo, por así decirlo, desde el tiempo de Su nacimiento hasta el momento de
Su muerte. Él cargó consigo el título, “varón de dolores”, y este título
conlleva mucho más de lo que comprenderemos.
Aun así, el llamado
es a cada uno de nosotros para llevar nuestra cruz personal, y aunque nuestra
cruz no es tan pesada como la Suya, nos daremos cuenta que está suficientemente
pesada de modo que no podemos llevarla sin la ayuda divina.
Jesús dijo: “Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame” (Mt. 16:24). Muy a menudo citamos este versículo, ¿pero quién ha
considerado la profundidad de la declaración de Jesús? ¿En verdad qué significa
negarse a sí mismo, tomar nuestra cruz y seguir en pos de Él?
En una ocasión un
varón vino a Jesús y dijo: “Estoy listo para seguirte a dondequiera que vayas”.
Jesús le respondió diciendo: “Las zorras tienen cuevas, y las aves de los
cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tienen donde reclinar la cabeza” (Lucas
9:58). Jesús estaba diciendo: “¿Estás dispuesto a abandonar tu casa y vivir sin
las necesidades básicas de un refugio sobre tu cabeza, vivir sin hogar por
causa del evangelio?”.
A otro Jesús le
dijo: “Sígueme”. El hombre le preguntó si primero podía ir y enterrar a
su padre. Jesús dijo: “Deja a los muertos que entierren a sus muertos; y tú,
ve y anuncia el reino de Dios” (Lucas 9:60). Jesús también dijo: “El que
ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mi, y el que ama a hijo o hija
más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37).
Nosotros tenemos
ministros que han usado estas mismas excusas para justificarse a sí mismos por
no estar dispuestos a seguir a Cristo a un lugar nuevo para trabajar. He
escuchado que se dan las mismas razones una y otra vez cuando la gente comparte
su indisponibilidad para mudarse por la causa de Cristo. A menudo he visto el
juicio de Dios venir sobre personas como estas, y sufrieron grandemente. He visto
a unos de sus hijos reincidir y descender profundamente en el pecado, y me he
preguntado si su padre hubiese contestado “sí” a Jesús quizás su hijo todavía
estaría salvo hoy. El ver a sus propios padres indispuestos a seguir a Cristo
posiblemente jugó un papel en su rechazo del Señor.
Estas palabras son
duras, pero Jesús compartió palabras más duras que estas. Otra persona dijo:
“Yo te seguiré, pero primero déjame ir y me despediré de mi familia”. Al tal
Jesús respondió: “Ninguno que poniendo su mano al arado mira atrás, es apto
para el reino de Dios” (Lucas 9:62).
No es que Jesús no
se interese o no se preocupe por nuestras familias, pero Él sabía que muchos
iban a usarlas como excusas para justificar su negativa a contestar, “Heme
aquí, envíame a mí”.
Piensen en este
acontecimiento. Muchos discípulos seguían a Jesús, pero Él les dijo: “Si no
comiereis la carne del Hijo del Hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida
en vosotros” (Juan 6:53). Él explicó que estaba hablando de Su doctrina de
la cual ellos debían participar para tener vida eterna. Pero al escuchar estas
palabras muchos de ellos se apartaron y ya no anduvieron con Él.
Él no corrió tras
ellos, ni les ofreció un compromiso para que obedecieran. Él no dijo:
“Solamente acéptenme en sus corazones”, o “Solamente crean y todo estará bien”.
No, Su doctrina descendía de Su Padre arriba y no podía comprometerse para
retener las multitudes. De hecho, Él miró a los doce discípulos restantes y les
preguntó: “¿Queréis iros vosotros también?”. Era tiempo de tomar una
decisión. ¿Lo estaban siguiendo por los panes y los peces? o ¿Por la vida
eterna? ¿Deseaban la vida lo suficiente para tomar las decisiones necesarias
para obtenerla?
A otro Jesús le
dijo: “Vende lo que tienes, dale a los pobres, y luego ven y sígueme”. El
hombre se fue entristecido porque tenía grandes riquezas. Él sintió que el
precio era demasiado alto. Me pregunto si todavía se siente así hoy. Si él está
en el infierno, quizás él escucha las palabras de Jesús una y otra vez deseando
vivir ese momento otra vez y decir: “Sí, venderé todo, daré a los pobres y te
seguiré”. Pero él escogió el tiempo en vez de la eternidad, tesoros momentáneos
en vez de la vida eterna y, ¡en realidad el infierno en vez del cielo! Oh, cómo
nos compadecemos por él. ¿Pero seremos diferente usted y yo? Pienso en ello y
dese a sí mismo la respuesta, pero recuerde que Dios conoce su respuesta y Él
lo recompensará de acuerdo.
Estimado santo, ¿en
verdad estamos comprometidos a tomar nuestra cruz y seguir a Cristo? o ¿Ha
llegado a ser simplemente un cliché? Tomemos unos momentos y examinemos lo que
nuestros antepasados entendieron era servir fielmente a Cristo.
“Por tanto, el
Señor Jehová dice así: He aquí que yo fundo en Sión una Piedra, piedra de
fortaleza, de esquina, de precio, de cimiento estable; el que creyere, no se
apresure” (Is. 28:16).
Los que tienen
revelación divina de la casa (Iglesia) de Dios no se apresurarán para
abandonarla sabiendo que ella tiene un fundamento que no se muda y permanece
para siempre. Ella tiene una principal piedra del ángulo que ha sido probado y
verificado. Él puede resistir cualquier prueba y no se quiebra ni puede ser
destruido.
Nosotros sabemos
que Jesús es la principal piedra del ángulo en la casa de Dios. Los apóstoles y
profetas forman el resto del fundamento. Nosotros, por lo tanto, somos llamados
piedras vivas y formamos las paredes y completamos el edificio.
En esta parte del
mensaje anual mi atención se centra en el valor de las piedras del fundamento.
De Jesús se dice que Él es una piedra de fortaleza, una piedra preciosa y un
fundamento estable.
Considere cómo
Jesús fue tentado—por Satanás y sus principados y potestades. Él fue probado en
Su tentación en el desierto. Para usted y para mí sería difícil, porque no
hemos ayunado cuarenta días en el desierto, comprender la condición en la que
se encontraba el cuerpo de Jesús—deseaba comida y a punto de colapso y
posiblemente la muerte. En este momento Satanás lo tienta para que convierta
las piedras en pan. Cuán fácil hubiese sido esto para Aquel que creó todo el
universo en seis días, el cual pronto multiplicaría dos pedazos de pan en
cientos para alimentar a 5,000 hombres aparte de las mujeres y los niños. Sin
embargo, aunque Su cuerpo clamaba intensamente, Él rehusó ceder a la tentación.
Antes de que Jesús
entrara al desierto Él fue bautizado por Juan. En seguida leemos, “…y los
cielos le fueron abiertos, y vió al Espíritu de Dios que descendía como paloma,
y venía sobre él. Y he aquí una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo
amado, en el cual tengo contentamiento” (Mt. 3:16, 17). Ahora el diablo
hace la pregunta, “¿En verdad eres el Hijo de Dios? Has estado en este desierto
desolado por cuarenta días. Dios no ha venido para ayudarte. No hay prueba de
Su amor por ti. Seguramente sólo fue la imaginación de una voz que te declaró
ser el Hijo de Dios. Si en verdad eres el Hijo de Dios, ¡manda que estas
piedras se conviertan en pan y luego come y salva tu vida!”.
Pero Jesús no tiene
nada que demostrar a Satanás y no sería conducido por sus sugerencias
engañosas. No era tiempo de demostrar Su gloria y esperaría hasta el momento
previsto para hacer todas las cosas que Él haría. Satanás se fue y Jesús quedó
solo, todavía con hambre en el desierto. Pero Su Padre celestial lo estaba
cuidando y en el momento de crisis Él despachó ángeles para que le ministrasen
a Cristo, posiblemente entregándole una torta cocida y un vaso de agua como le
fue dado a Elías, y para animar a Cristo con amables palabras.
Jesús fue tentado
durante Su ministerio, como fácilmente puede verse en los evangelios. Quizás Su
tentación más grande vino en el Jardín del Getsemaní. Había llegado la hora de
Su crucifixión. La horrible tortura que le esperaba, ¿podría sufrirla? El odio
de los hombres mientras lo calumniaban, golpeaban Su rostro, jalaban Su barba,
rompían la carne de Su cuerpo con los látigos en Su espalda, una corona de
espinas prensada en Su cráneo y esos clavos atravesando Sus manos y pies—en
última instancia para colgar desnudo sobre la cruz y ser la burla de todo el
mundo, el cual Él amó y por el cual murió.
Sin duda alguna,
Satanás estaba allí tentándolo para que bajara de la cruz. “No tienes que hacer
esto. No valen la pena. Déjalos que perezcan, es lo que merecen. Sálvate a ti
mismo de esta tortura horrible”. Jesús estaba en una agonía, algo intenso y
especial a Su circunstancia solamente. Él trabajó hora tras hora en oración. Su
sudor se convirtió en sangre mientras oraba con “gran lloro y lágrimas”. Él
había proclamado, “…¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora. Mas por esto
he venido en esta hora” (Juan 12:27). Él oró que si era posible que Su
Padre hiciera pasar este vaso de Él, pero de repente Él atravesó las nubes
oscuras en victoria y clamó: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Sí, Jesús fue una
piedra probada, pero Él se mostró a Sí Mismo ser una piedra preciosa y un
cimiento estable. Usted y yo debemos gozarnos porque todo lo hizo por nosotros.
El canto dice:
Lo
hizo todo por mí,
Cada gota de sangre
fue derramada por mí,
Cuando el Salvador
clamó, inclinó Su cabeza y murió,
Oh,
gloria al Señor, lo hizo todo por mí.
Se mostró ser una
piedra preciosa cuando en la cruz Él clamó: “Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen”.
No es de extrañarse que Él sea la
principal piedra del ángulo de este templo divino que nosotros llamamos La
Iglesia de Dios. ¡No es de extrañarse que podamos descansar con certeza en Su
promesa que ni las puertas del infierno prevalecerán contra ella! ¿Quién dejará
que las pruebas presentes o futuras, los problemas, las persecuciones, lo
apresuren y lo aparten de este programa comprado a precio de sangre? ¿Acaso cada uno de
nosotros debemos decir:
“Jamás me apresuraré para abandonarla.
¡Por la gracia de Dios seré fiel y verdadero y permaneceré en mi lugar en esta
casa divina!”?
¡Nuestro Salvador es una piedra probada,
tentada y verificada que puede llevar el peso de todo el edificio! Pero, ¿qué
del resto del fundamento, los profetas y apóstoles? En Efesios 2:20 encontramos
que la Iglesia está edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”. Es
importante saber que también ellos son piedras probadas y preciosas, y son
parte del cimiento estable. Ellos sufrieron grandes pruebas de su fe y
vencieron para Cristo, glorificándolo hasta la muerte. La biblia registra unas
de las persecuciones y muertes; los historiadores han hecho todo lo posible por
grabar otras, y los sufrimientos de otros santos han sido transmitidos por
tradición. De acuerdo a la información que he leído, miremos a unos de estos
apóstoles y profetas, comenzando con los profetas:
• Manasés, el hijo de Ezequías, mató a Isaías con una
sierra, aserrando su cuerpo por la mitad a la longitud, para causarle todo el
dolor posible.
• Amos fue torturado y asesinado por el sacerdote de
Betel.
• Habacuc murió apedreado por los judíos en Jerusalén.
• Los judíos apedrearon a Jeremías el hijo de Hilcías
en Egipto porque él los reprendió por adorar a los ídolos.
• Ezequiel fue asesinado por uno de los príncipes de
los judíos en la tierra de los Caldeos porque él lo reprendió por adorar a los
ídolos.
• Zacarías fue asesinado por el rey Joás entre la
entrada y el altar, el cual después esparció la sangre de Zacarías sobre los
cuernos del altar.
La mayoría de las veces fue el propio
pueblo de los profetas que los asesinó; y lo hicieron porque los profetas les
advirtieron del juicio venidero de Dios a causa de la conducta pecaminosa de
ellos. En vez de arrepentirse, ellos quisieron poner en silencio la voz de los
profetas quienes turbaban sus consciencias culpables.
De los profetas del Antiguo Testamento
leemos, “Otros experimentaron vituperios y azotes; y á más de esto prisiones
y cárceles; Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos á cuchillo;
anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres,
angustiados, maltratados; De los cuales el mundo no era digno; perdidos por los
desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra” (Hebreos
11:36-38).
¡Estos hombres fueron parte del fundamento
de la Casa de Dios, la Iglesia del Dios viviente! Fueron piedras de precio,
piedras preciosas, piedras probadas, piedras verificadas que sufrieron la
persecución y la tribulación sin titubear ni ceder ante el compromiso—¡ni
siquiera para salvar sus propias vidas!
De los apóstoles del Nuevo Testamento y
sus contemporáneos aprendemos de la biblia y los libros de historia qué clase
de piedras de fundamento fueron:
El Apóstol
Jacobo
Jacobo, el
apóstol del Señor, fue el segundo mártir registrado después de la muerte de
Cristo (Esteban fue el primero). Su muerte quedó grabada en Hechos 12:2 donde
encontramos que Herodes Agripa lo mató a filo de espada. Clemente de Alejandría
y Eusebio, dos historiadores, ambos cuentan cómo el verdugo vio el coraje y
espíritu de Jacobo y entonces fue convencido de la resurrección de Cristo, y en
vez de matar a Jacobo el verdugo se juntó a Jacobo y lo mataron juntos.
El Apóstol Pedro
Aunque, justo antes de la crucifixión de
Cristo, Pedro negó tres veces que conocía a Cristo, después de la resurrección
no lo volvió a hacer. Esto es digno de nuestra consideración. Puede que uno le
haya fallado a Dios en el pasado, pero Dios perdona, restaura y utiliza a los
que se arrepienten. Pedro llegó a ser uno de los apóstoles más grandes y vemos
que Dios lo usa para obrar milagros y ganar miles de almas para Cristo y la
Iglesia. No deje que el diablo le diga que usted ha pecado mucho tiempo o que
ha caído muy abajo. Pedro cometió uno de los pecados más graves. Jesús dijo que
si lo negamos ante los hombres, Él no negará ante el Padre celestial. Pedro fue
culpable, pero salió y lloró amargamente, y encontrando misericordia con Dios
Él salió como Jesús mandó y consoló a los hermanos. Pedro fue crucificado por
verdugos romanos porque él no volvería a negar a su Señor. De acuerdo a
Eusebio, él se consideró a sí mismo indigno de ser crucificado como su Señor,
y, por lo tanto, él pidió que lo crucificaran “cabeza abajo”.
El Apóstol Tomás
Tomás es conocido como “Tomas el
incrédulo” debido a que no creyó en el testimonio de los otros apóstoles de la
resurrección. Después de contarle que Cristo estaba vivo, él dijo: “…Si no
viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los
clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25). Después
de esto, Cristo se le apareció y Tomás creyó hasta la muerte. Tomás selló su
testimonio cuando fue atravesado con lanzas, atormentado con placas en caliente
y quemado vivo.
El Apóstol Nataniel (Bartolomé)
Nataniel, cuyo nombre quiere decir “don de
Dios”, verdaderamente fue dado como regalo a la Iglesia mediante su ministerio
y martirio. Nataniel fue el primero en confesar, temprano en el ministerio de
Cristo, que Cristo era el Hijo de Dios (Juan 1:49). Más tarde él pagaría por su
confesión mediante una muerte horrenda. Al no estar dispuesto a negar su
proclamación de un Cristo resucitado, él fue despellejado y después
crucificado.
El Apóstol Santiago el Menor
Santiago fue nombrado para encabezar la
iglesia de Jerusalén durante muchos años después de la muerte de Cristo. En
esto, sin duda él tuvo contacto con muchos judíos hostiles (los mismos que
mataron a Cristo y declararon “Su sangre [sangre de Cristo] sea sobre
nosotros, y sobre nuestro hijos” Mt. 27:25). A fin de conseguir que
Santiago negara la resurrección de Cristo, estos hombres lo llevaron al
pináculo del templo para que todos lo vieran y lo escucharan. Santiago, no
estando dispuesto a negar lo que él conocía como verdad, fue arrojado del
templo y finalmente a golpes asesinado con un garrotazo a la cabeza. Se dice
que cuando la caída desde lo alto del templo no lo mató, Santiago logró ponerse
sobre sus rodillas y oró por sus perseguidores mientras lo asesinaban a golpes.
El Apóstol
Pablo
Pablo, un
perseguidor de la Iglesia de Dios, se arrepintió en camino a Damasco cuando se
le apareció el Cristo resucitado. Irónicamente, Pablo iba a Damasco para
arrestar a los que defendían la resurrección de Cristo. Pablo fue,
posiblemente, el escéptico más grande hasta que él vio por sí mismo la verdad de
la resurrección. Después él dedicó su vida a la proclamación de un Cristo vivo.
Escribiendo a los Corintios, defendiendo su ministerio, Pablo cuenta de sus
sufrimientos por el nombre de Cristo: “…en trabajos más abundante; en azotes
sin medida; en cárceles más; en muertes, muchas veces. De los judíos cinco
veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con
varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día
he estado en lo profundo de la mar; En caminos muchas veces, peligros de ríos,
peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los Gentiles,
peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en la mar, peligros
entre falsos hermanos; En trabajo y fatiga, en muchas vigilias, en hambre y
sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” (2 Corintios 11:23-27).
Finalmente, Pablo enfrentó su muerte a manos del Emperador Romano Nero cuando
él fue decapitado en Roma.
Mateo 10:22 nos
dice, “Y seréis aborrecidos de todos por mi nombre; mas el que soportare
hasta el fin, éste será salvo”.
Estos hombres se
mostraron dignos de ser piedras del fundamento en el templo de Cristo. ¿Pero
qué de usted y yo? Somos llamados piedras vivas en la casa de Dios. ¿Pero en
verdad somos preciosos, probados y estables? ¿Nos encontrarán entre las piedras
de precio o seremos piedras sin valor en la casa de Dios? En el Antiguo
Testamento cuando una casa tenía lepra o mojo en sus piedras, las piedras
llenas de lepra eran quitadas y descartadas para evitar que la lepra se
extendiera, y en su lugar se colocaban piedras nuevas. Esto deberá recordarnos
que nadie es insustituible.
El Libro de
Mártires de Fox nos cuenta de miles de hombres, mujeres y niños quienes
fueron torturados y asesinados por causa de su fe. Ellos eran piedras vivas,
ayudando a edificar La Iglesia de Dios. Hoy estamos aquí, quizás entre los
toques finales, las últimas piedras en Su institución divina. ¿Pasaremos la
prueba? O ¿unos de nosotros llegaremos a ser algo menos que piedras probadas,
preciosas y estables en el edificio de Dios debido al espíritu de la
preservación propia y el deseo de ser aceptados por el mundo?
“Mas recibiréis la
virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me sereís testigos en
Jerusalem, en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch.
1:8).
El vocablo testigo
significa: mártir (de martus mar-toos). Es más fuerte que otros vocablos
traducidos como “testigo” en el Nuevo Testamento, porque éste conlleva la idea
de sufrir muerte por causa del evangelio. ¿Cómo cree usted que se sintieron los
apóstoles cuando Jesús les dijo que serían mártires por causa del evangelio? Yo
creo que estaban listos, y sus vidas y muertes mostraron que eran piedras
solidas en La Iglesia de Dios.
Se encuentra otro lugar donde este vocablo
es usado. Cuando la Iglesia primitiva realizó su primera junta de negocios
después de la muerte del Señor, fue con el propósito de seleccionar un apóstol
que reemplazara a Judas que había cometido suicidio. ¿Cómo se hubiese sentido
si usted fuera Justo o Matías? Ambos fueron recomendados. ¿Usted se sentiría
honrado, humillado, gozoso al saber que quizás llegaría a ser un apóstol en la
Iglesia del Señor? ¿Pero luego cómo se sentiría al escuchar a Pedro indicar que
el que fuese elegido tiene que haber andado con el Señor desde el tiempo de
Juan el Bautista hasta la muerte y resurrección del Señor y que dicha persona
tiene que ser “hecho testigo con nosotros de su resurrección”? (Hch. 1:22).
Si usted y yo somos
llamados a sufrir un martirio físico, a pesar de todo, ¿nos mostraremos dignos
al ofrecernos a sí mismos sobre el altar de sacrificio, entregando todo a
Cristo diariamente—un sacrificio vivo, santo, y agradable a Él? Si lo hacemos,
quizás seremos contados como unas de Sus piedras preciosas en el día que Él
junte Sus joyas. Quizás también seremos reconocidos como una piedra probada y
verificada.
Ser mártir, por así
decirlo, es la voluntad de Dios para cada miembro de la Iglesia: “Con Cristo
estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se
entregó á sí mismo por mí” (Gá. 2:20). “Mas lejos esté de mí gloriarme,
sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es
crucificado á mí, y yo al mundo” (Gá. 6:14).
La piedra más
blanda en el mundo es la piedra de talco, de donde conseguimos el polvo de
talco. Usted puede tomar una de estas piedras y desmoronarla y hacerla polvo en
sus manos. Tenemos muchos cristianos de talco en la Iglesia. Es tiempo de ser
granito solido, una piedra que puede resistir la presión, la prueba, luchas,
tribulaciones y, sí, las tentaciones de conformarse a este mundo.
“Y llamando á la
gente con sus discípulos, les dijo: Cualquiera que quisiere venir en pos de mí,
niéguese á sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mr. 8:34).
El fundamento es estable. Está firme y es
fuerte, no se muda y permanece para siempre. ¿Qué tal usted y yo?