"Porque el Hijo del hombre vino a buscar y á salvar lo que se había perdido" (Lc. 19:10).
Jesús vino a esta tierra con la misión de bus-car y salvar a todos los que estaban perdidos. Mientras estuvo aquí le ministró a muchas almas, librándolos del poder de Satanás, sanando sus cuerpos y perdonando sus pecados. Se entregó a si mismo mostrando su amor por todos. Encontró muchas ovejas perdidas y las llevó de nuevo a la seguridad del rebaño bajo la mirada atenta del pastor. Muy a menudo los Evangelios afirman que Él era "movido a compasión" hacia el pueblo, e hiso su mejor para sus necesidades fueran solucionadas. Esta compasión lo llevó a ministrarle Él sabía la condición en la que estaban y sobre su gran necesidad de un Salvador, y no pararía hasta que su misión de encontrarlos y salvarlos fuese completada. Él dio todo por aquellos con quienes tuvo contacto y por todos los que vendrían después. Muchos millones han nacido y muerto en esta tierra desde que Jesús vino activamente en carne a buscarlos. Millones de personas nunca han oído su voz ni lo han visto sanar, sin embargo, tienen tanta necesidad de Él como las multitudes en las laderas de las montañas, los leprosos en las aldeas y los ciegos en las ciudades. Para algunos, Él se ha convertido en una historia bonita pora escuchar y conocer, pero no en un Salvador viviente.
Es por aquellos que lo necesitan y aún no lo conocen que permanecemos en esta tierra. Él es paciente y no queriendo que ninguno perezca, sin tener una relación con Él. El Se demora, esperando que no-sotros seamos movidos con la misma compasión que todavía lo mueve a Él, el tipo de compasión que nos llevará a actuar por el bien de los perdidos. A quienes sí lo conocemos Él nos dice: "…y me seréis testigos en Jerusalem, en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hch. 1:8). Jesús no estaba satisfecho en descansar y ministrar únicamente a los que venían a él; Él fue en busca de los que tenían necesidad e hizo lo necesario para que fueran salvos.
Hay muchas almas hoy en día que están encerradas detrás de las puertas del enemigo y necesitan de alguien que las busque y les ministre la salvación. Estas almas encarceladas necesitan alguien que pueda ser movido a compasión como lo fue Cristo y que reconozcan su responsabilidad de buscar y salvar a los perdidos. Están por todas partes, en toda situación económica, en cada calle, en cada ciudad y nación, de todas las edades. Hombres, mujeres, niños y niñas todos buscando y esperando un libertador.
Recientemente tuve la oportunidad de acompañar al Coordinador de Misiones Mundiales, el obispo Robert Hawkins, en un viaje a los países de Myanmar y Corea del Sur para animar a los hermanos y reunirnos con unos con-tactos. Mientras estábamos en Corea del Sur, hubo un día en el que nadie pudo reunirse con nosotros así que pasamos el día aprendiendo sobre la tumultuosa relación entre las dos Coreas, la del Norte y la del Sur. Durante el día visitamos algunas zonas cercanas a la frontera de los dos países y el Área Unida de Seguridad (AUS). El AUS es el lugar donde se produjeron las conversaciones para ponerle fin a la Guerra de Corea y donde todavía existen salas de conferencias que están en la frontera. Dentro de estas salas de conferencias puede
uno cruzar la frontera y "entrar" a Corea del Norte. El día fue sorprendente para el hermano Hawkins y para mí mientras aprendíamos más sobre un pueblo retenido detrás de las puertas de Satanás, disfrazado de un gobierno nacional. El pensar en los millones de almas que están atrapadas detrás de estas puertas me afectó en gran manera.
Mientras aprendíamos, visitamos la frontera e incluso miramos un pueblo de Corea del Norte, no pude dejar de pensar acerca de esta enorme puerta, aparentemente impenetrable que estaba delante de nosotros. No es una puerta de madera, acero o piedra, pero sin duda está presente y debe ser atravesada por la Iglesia. Mi corazón se dolió, y se sigue doliendo, por los muchos jóvenes en ese país que son obligados a adorar a líderes terrenales en lugar de a Dios el Padre y a Dios el Hijo. Incluso, mientras escribo esto muchos meses después de mi viaje, hay un clamor en mi corazón que clama, "Quiero ir allí, quiero ir al otro lado de esa puerta y predicar el mensaje completo de Jesucristo y de la Iglesia de Dios a las almas perdidas."
El mundo político dice que no se puede hacer, pero la palabra de Dios dice:
"y será predicado este evan-gelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todos los gentiles; y entonc
es vendrá el fin" (Mt. 24:14). Incluso, somos in-struidos por la Cabeza de la Iglesia, "Por tanto, id, y doctrinad á todos los Gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén" (Mt. 28:19, 20). No sé cómo vamos a conseguir atravesar esta puerta, pero la promesa de Cristo, de la cual tomamos nuestro tema, hace eco en mi ser, "... las puertas del infierno no prevalecerán contra [La Iglesia de Dios]" (Mt. 16: 18). Corea del Norte no es el único lugar donde Sa-tanás ha establecido puertas a fin de prevenir que un gran número de personas sepan acerca de Cristo. Nosotros debemos atravesar cada una de estas puertas para que los cautivos puedan oír el mensaje liberador del Evangelio. Sin importar si se trata de una sola alma o millones de almas, las puertas deben caer con el poder de Dios cuando nosotros mar-chemos sobre ellas, pero debemos marchar. Hemos sido enviados con la misión de "Atravesando las Puertas" y hay que cumplir con esa misión. Hay demasiadas al-mas sufriendo y en necesidad, no podemos descansar tan fácilmente en este lado mientras ellos mueren en el otro lado clamando por ser liberados.
Dustin T. Hays, Coordinador General de la BLV
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