Cuando Jesús le dio la promesa a la Iglesia primitiva que "las puertas del infierno no prevalecerían contra ella," Él no estaba proclamando algo nuevo. La promesa acerca de Él había sido dada mucho antes, y Él pasó la promesa a los que Él sabía que iban a mantenerla y apreciarla. Miles de años antes que Jesús anduviera en la tierra Abraham llevó a su hijo a la cima de una montaña. Montaña en la que él construiría un altar donde iba a sacrificar a su hijo, el hijo de la promesa, a su Padre celestial. Aunque el sacrificio no se llevó a cabo (Dios preservó a Abra-ham de tomarla vida de Isaac), se concibió plenamente en el corazón de Abraham (cf. He. 11:19) y Dios sabía que Abraham estaba completamente rendido a Él. Después que Dios vio la profundidad de la devoción de Abraham le proporcionó un carnero para ofrecer. Tras el sacrificio, Dios le dio una gran promesa a Abraham: "Y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único; Bendiciendo te bendeciré, y multiplicando multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo, y como la arena que está á la orilla del mar; y tu simiente poseerá las puertas de sus enemigos: En tu simiente serán benditas todas las gentes de la tierra, por cuanto obedeciste á mi voz" (Gn. 22:16-18).
Esta promesa se cumplió muchas veces a lo largo de la simiente de Abraham cuando tomaron la tierra prometida, ciudad tras ciudad, viviendo en casas que no construyeron y fueron protegidos por puertas que no construyeron. Nunca se cumplió con mayor perfección, hasta que Jesús anduvo en esta tierra y venció la mal-dición del pecado al sanar a los enfermos, resu-citar a los muertos, liberar a los atados, y perdonar de pecados mientras ministraba a los que acu-dían a Él en necesidad.
Con cada milagro y cada mensaje predicado, Jesús estaba traspasando las puertas del infierno que Satanás había construido. Cuando Él atravesó esas puertas siempre libero las almas que estaban atadas detrás de ellas. Aunque Israel había visto una parte de la promesa hecha a Abraham cumplirse, Jesús era el verdadero enfoque de la promesa y su cumplimiento pleno sólo podía venir por Él. Él no sólo derribó las puertas del enemigo, sino que hecho al enemigo fuera de la ciudad y tomo propiedad de las puertas que antes tenían cautivos. El leproso fue una vez cautivo de su lepra, pero ahora había sido liberado y Jesús tenía posesión de la puerta de su salud. El hombre lleno de la legión de demonios una vez fue cautivo de ellos, pero ahora Jesús poseía la puer-ta de su alma. Lázaro era un cautivo de la muer
te, pero Jesús lo liberó y ahora era el dueño de la puerta de su vida. La mujer sorprendida en adul-terio fue una vez cautiva de su pecado, pero Jesús la perdonó y ahora era dueño de la puerta de su corazón. ¡Cuando Jesús es el dueño, las puertas ya no son mas cárceles ahora son zonas de conforte y seguridad para los que viven detrás de ellas!
Pero el tiempo de Jesús en la tierra fue corto y el número de personas a las que les pudo ministrar fue limitado y muchas más necesitaban que sus puertas fueran derribadas y fueran puestas en libertad. Alguien tenía que encargarse de la promesa, alguien necesitaba la autoridad no sólo para pisotear cada puerta del enemigo, sino para poseerlas y lanzar al enemigo fuera, pero ¿quién sería? Jesús le pasaría la autoridad a un grupo de individuos a quienes Él reuniría. Ellos provenían de culturas diferentes y de experiencias diferentes, pero juntos formarían Su cuerpo, "la plenitud de Él", y tendrían que ministrar así como Él lo hizo. Después de una noche de oración en el Monte Hatín Él estableció la Iglesia. Él le encargó a este grupo de personas que hicieran una serie de cosas, cosas que les ayudarían con el cumplimiento de la promesa que más tarde Él les daría. Él les envío "a predicar. Y que tuviesen potestad de sanar enfermedades, y de echar fuera demonios" (Mr. 3:14, 15). Este poder y autoridad que Él les transmitió a ellos fue diseñado para vencer la maldición del pecado sobre el mundo. Si no hubiera habido maldición no habría necesidad de la predicación. Si no hubiera habido maldición no habría ninguna enfermedad y por lo tanto, no sería necesaria la sanidad. Si no hubiera habido maldición los demonios no podrían poseer a los hombres y no habría ninguna necesidad de echarlos fuera. Pero si la había, y sigue habiendo una maldición y sigue habiendo una necesidad de ese poder para ministrar en estas necesidades.
Cuando la serpiente tuvo éxito en tentar a Eva, y luego a Adán, de tomar del fruto, estableció sus puertas en los corazones de los hombres y han prevalecido por siglos. Luego fue hecha una promesa que vendría uno quien poseería las puertas del enemigo y vino. Él se apoderó de esas puertas y así le pasó la promesa
de posesión a su Iglesia. Nosotros mantenemos
esa autoridad hoy en día, es nuestra responsabilidad poseer las puertas del enemigo. No podemos posesionarnos de las puertas a través de comprarlas. Esto no es una oferta de bienes y raíces. Esta es una guerra y la única manera de obtener posesión de las puertas del enemigo en la guerra es arrebatándolas. Las puertas han sido establecidas en los corazones de los hombres los cuales están aprisionados. Al igual que el leproso, el hombre poseído, Lázaro, y la mujer adúl-tera, las almas de los hombres hoy están presas por estos poderes y necesitan ser puestas en libertad.
Debemos tomar la autoridad que nos ha sido dada y tomar posesión de las puertas que actualmente tienen sus corazones cautivos. Jesús nos ha dado "las llaves del reino de los cielos" y nos prometió que "todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que de-satares en la tierra será desatado en los cielos" (Mt. 16:19). Tenemos el poder para atar las potestades del infierno en las vidas de aquellos quienes actualmente son cautivos y soltar los poderíos del cielo en sus corazones. Tenemos el poder para derribar puertas existentes de servidumbre y establecer nuevas puertas de libertad y seguridad. Si ellos están atados por la enfermedad tenemos la autoridad para soltarlos de esa esclavitud a través de la sangre de Jesucristo. Si están poseídos por los demonios tenemos la autoridad para echar fuera esos demonios en el nombre de Jesús. Si están esclavizados por el pecado tenemos la unción para predicarles la salvación de sus almas y ver como son liberados. Todo esto se logra sin necesidad de la sabiduría del hombre, sino mediante el poder de Aquel de quien fue hecha la promesa original. Ellos no necesitan los métodos de liberación del hombre, necesitan la sangre de Jesús, necesitan que alguien tome la autoridad que nos ha sido dada para entrar y poseer esas puertas. Necesitan que alguien quien ya ha sido puesto en libertad les predique la libertad a ellos. Y si tú estás atado por alguna de estas cosas, tú necesitas ser puesto en libertad también. Mira a Dios, vuélvete hacia él y permite que Él te libere—y vuelve y minístrales esa misma libertad a los demás. Alguien posee las puertas de cada corazón. ¿A quién le pertenecen las tuyas?
Por Dustin T. Hays, Coordinador General de la BLV
Dios le bendiga joven
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