martes, 22 de diciembre de 2015

Cristo Vino al Mundo para Salvar a los Pecadores


NUESTRO MENSAJE DE NAVIDAD

Oscar Pimentel, Supervisor General

Cristo Vino al Mundo para Salvar a los Pecadores

ÉL ES PARA SER AMADO, OBEDECIDO Y HONRADO

(Nuestro mensaje de este mes es una publicación del Ala Blanca del 17 de diciembre de 1960 por M. A. Tomlinson)

El tiempo está aquí otra vez para conmemorar el nacimiento de Jesucristo. Aunque nadie sabe la fecha del nacimiento de nuestro Señor, aun así el 25 de diciembre se ha fijado como Su nacimiento y sentimos que es bueno celebrar este día de una manera apropiada en conmemoración de ese tiempo cuando Él vino al mundo como un pequeño bebe en cumplimiento de la profecía y de la palabra del ángel. Aun si el día no lo sabemos, nosotros sabemos que Él vino a este mundo para salvar a los pecadores. Sabemos también, que no hay salvación en ningún otro porque no hay otro nombre debajo del cielo dado entre los hombres por medio del cual podamos ser salvos. Sabemos también que Él es para ser amado, obedecido y honrado por aquellos quienes lo acepten a Él como su Salvador, porque nuestro Dios lo ensalzó y le dio un nombre que es sobre todo nombre y el tiempo vendrá cuando al nombre de Jesús toda rodilla se doblará de los que están en los cielos y de los que están en la tierra y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor.

 Muchos de nosotros conocemos bien la historia de Navidad. Esta ha sido de todos nosotros una parte de nuestras vidas porque no podemos recordar cuando la oímos por primera vez. Pero es muy hermoso que esto parece pertenecer a cada mensaje de Navidad, porque sin esta historia verdadera no podría haber Navidad. Nunca ha habido una historia como esta y no habrá otra. Solamente nuestro Cristo fue nacido de una virgen. Solamente nuestro Cristo fue concebido del Espíritu Santo. Solamente María fue visitada por el ángel para anunciar el hecho de que ella tendría un hijo y Su nombre debía ser Jesús.
 Muchas historia verdaderas han sido escritas y dichas pero ninguna como la maravillosa historia del nacimiento de Jesús. No otro bebé ha tenido una estrella especial que dirija a los magos al lugar donde Él estaba. Está escrito solamente de Jesús, “¿Dónde está el Rey de los Judíos, que ha nacido? porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mt. 2:2). Cuando los magos supieron que Jesús era nacido en Bethlehem, ellos empezaron su camino y la estrella fue delante de ellos hasta que se paró donde Jesús estaba. Qué felices fueron esos hombres y ellos se regocijaron cuando supieron que la búsqueda había terminado y ellos podrían pronto ver al Cristo de Dios. Ellos vinieron a la casa donde Él estaba y ellos le adoraron y le presentaron regalos de oro, incienso y mirra.
 Esta parte de la historia concerniente al nacimiento de Jesús es verdadera-mente maravillosa, pero esto no es todo. Cuando el tiempo vino de que Jesús naciera José y María estaban en Bethlehem, el lugar exacto donde Él debía nacer según las Escrituras. No había lugar para ellos en el mesón, entonces Jesús nació en el establo y fue puesto en un pesebre. Las noticias de Su nacimiento no fueron llevadas al rey u otros hombres de estatus alto, pero estaban algunos pastores fuera en el campo cuidando sus ovejas esa noche, y un ángel del Señor vino a ellos y la gloria del Señor alumbró alrededor de ellos. Ellos estaban temerosos por este hecho inusual, y el ángel dijo, “No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” (Lucas 2:10, 11). Después de que el ángel llevó este mensaje, estos pastores fueron permitidos contemplar uno de las más hermosas escenas nunca vista por el ojo humano. De repente allí apareció una multitud de huestes celestiales adorando a Dios y diciendo, “Gloria en las alturas a Dios, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2:14).

 La mente imaginaria más aguda no podría describir una escena con la que se pueda comparar con la que los pastores vieron. Esta fue la manera de Dios para anunciar el nacimiento de Su propio Hijo. Cuando nosotros meditamos sobre las muchas cosas que rodearon al nacimiento de Jesús, sentimos como María dijo. “Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se alegró en Dios mi Salvador” (Lucas 1:46, 47).

 Este Jesús quien es llamado Cristo vino a este mundo para salvar a los pecadores. Cuando el ángel apareció a José antes de que Jesús naciera en Bethlehem, él dijo, “Y parirá un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21). Jesús mismo dijo, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16, 17). El apóstol Pablo dijo a Timoteo, “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15). Juan el amado dijo, “Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él” (1 Juan 3:5). El escritor de Hebreos se refirió a Jesús como un sumo sacerdote: “Porque tal pontífice nos convenía: santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (He. 7:26). Entonces él dijo de Él, “Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (He. 7:25).

 Este Cristo de quien celebramos el nacimiento es de nuestro Salvador. A través de Él somos herederos de Dios juntamente con Él. Juan dijo, “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1). Entonces él dijo, “ahora somos hijos de Dios” (v.2). A través del grande amor de Dios, ahora en este momento somos miembros de Su familia, y este parentesco con Él vino por medio del regalo de Jesús al ser el Salvador del mundo. Él se dio a Sí Mismo por nosotros e hizo posible que fuéramos igual con Él. No sabemos que seremos pero lo que sabemos es que cuando Él aparezca seremos como Él. Si hubiéramos recibido nuestro justo pago, nosotros deberíamos haber muerto, pero Él tomó nuestro lugar. Nosotros que por naturaleza somos hijos de ira tenemos vida eterna duradera en nosotros a través del Cristo de Bethlehem, y Él, quien vino a esta tierra como un pequeño bebé, está ahora a la diestra del Padre intercediendo por nosotros. Esto es una maravillosa consolación el saber que Él está intercediendo por nosotros.

 Siendo que a través de Jesús tenemos vida eterna, es solamente justo que nosotros lo amemos lo obedezcamos y lo honremos. ¿Quién no amaría a alguien que ha hecho mucho por el bienestar del alma? Ciertamente lo amamos y Él requiere que probemos nuestro amor al ser obedientes y haciendo las cosas que Él ha encomendado. Cuando Jesús le preguntó a Pedro por tercera vez que si lo amaba, él dijo, “Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo” (Juan 21:17). Así también hoy, Jesús conoce cuando lo amamos. Él le dijo a Pedro que apacentara Sus corderos y ovejas. Había algo que Pedro tenía que hacer, y él trabajó fielmente porque él amó al Señor. Hay algo que hacer para cada uno de nosotros y debemos no fallar en nuestro servicio al Maestro. Jesús dijo, “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que me ama” (Juan 14:21). Entonces Él dijo, “El que me ama, mi palabra guardará” (v.23). Y otra vez, “El que no me ama, no guarda mis palabras” (v.24).

 Estas palabras de Jesús muestran que el amor por Él y la obediencia a Él van juntas. Nosotros no lo amamos si no lo obedecemos. Si lo amamos, nosotros seremos obediente a Él. Eso significa que nosotros obedeceremos a Su Palabra cuando Él dijo, “Este es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Juan 15:12). Esto también significa que nosotros obedeceremos Sus últimas palabras antes de que Él ascendiera al Padre, “Por tanto id, y doctrinad a todos los Gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:19, 20). Solamente esto es razonable creer que nosotros mismos ciertamente tendremos que conocer y hacer todos los mandamientos del Señor antes de que podamos enseñar a otros que los cumplan. Y es necesario que obedezcamos el mandamiento de dejar nuestra luz brillar y poner en práctica todas las palabras de Jesús si vamos a hacer el trabajo que Jesús dejó para que nosotros lo hiciéramos. Al hacer estas cosas mostramos nuestro amor a Él.
 Nuestro Cristo es digno de todo el honor que podamos darle. Él es honrado junto con el Padre quien lo mandó a este mundo. Él dijo, “Porque el Padre á nadie juzga, mas todo juicio dió al Hijo; para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (Juan 5:22, 23). Entonces Pablo le mandó a Timoteo pelear la buena batalla de la fe y echar mano de la vida eterna y él le encargó que guardara los mandamientos hasta que apareciera Cristo, “La cual a su tiempo mostrará el Bienaventurado y solo Poderoso, Rey de reyes, y Señor de señores; Quien sólo tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver: al cual sea la honra y el imperio sempiterno” (Ti. 6:15, 16).

 Tenemos a ciertas personas en estima por su posición pero ninguna puede ser tan digno como nuestro Señor. Ninguno solo Jesús puede salvar. Ninguno solo Jesús puede hacer lo que Él hizo por nosotros y lo que Él hará en el futuro. Ninguna posición terrenal se puede igualar a Él. Aunque la primera vez Él vino a esta tierra como un pequeño bebé, el día vendrá cuándo Él regresará montado en un caballo blanco y en Sus vestiduras estará escrito REY DE REYES, Y SEÑOR DE SEÑORES. Él será el poderoso conquistador. Aún ahora Él tiene todo poder y nosotros debemos siempre pensar que Él tiene todo el poder sobre todos los poderes del enemigo. Y Él puede dar poder para vencer a aquellos quienes le sirven. Antes de que Él ascendiera al cielo Él dijo, “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mt. 28:18). ¿No deberíamos de amar, obedecer y honrar al Único que vino a este mundo para salvar a los pecadores? Yo estoy seguro que debemos, por eso en esta temporada vamos a ser cuidadosos de celebrar Su nacimiento de una manera que Él se agrade. Vamos a mostrar nuestro amor a Él al amar a otros. Vamos a obedecer a Él al obedecer Sus mandamientos. Nosotros podemos seguir el ejemplo de los magos al dar a la causa de Cristo y a aquellos que son menos afortunados que nosotros. Vamos a honrar a Él y magnificar Su nombre en esta temporada de Navidad. Nuestro Cristo significa más que todo el mundo para nosotros, por eso vamos a exaltarle con nuestras vidas, nuestras palabras, nuestras acciones y nuestros actos, que otros puedan ver a Él en nosotros y nos ayuden a glorificar a Dios por mandar un Salvador al mundo para darse a Sí Mismo por nosotros para que Él nos redimiera de todas nuestra iniquidades y purificara en Sí Mismo a una gente peculiar.

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